¿y si descatalogamos las catedrales?

El Pirineo vive un verano esplendoroso. Las nieves y las lluvias han cuajado un verdor incomparable, una frondosidad de jardín botánico. Arriba del todo las praderas están bordadas con millones de flores. Los neveros destilan agua cristalina. Y no les digo más porque a mí los paisajes me ponen místico y cuando el domingo, marchando hacia los ibones de Anayet, contemplé la cima del Midi envuelta por la raca como si fuera un volcán en la isla de King Kong tuve un acceso de espiritualidad que aún me dura y me consuela de las agujetas provocadas por el fantástico descenso a Canal Roya.

El caso es que el Midi que les cuento está en Francia y forma parte del Parque de los Pirineos, pero Anayet y aledaños se hayan en España y su protección es de papel de seda. Montañeros y ecologistas hacen travesías reivindicando la creación en la zona de un parque natural para frenar en seco las amenazas que planean sobre ella. Pero cuando estás allí y contemplas aquel paisaje hermosísimo e irrepetible te das cuenta de algo tremendo: el mero hecho de que todavía sea preciso defender tal paraje es un signo de anormalidad social y política. Si aún es necesario leer manifiestos en el túmulo prehistórico de Canal Roya para conjurar la llegada de los telesillas de Aramón, es que no pertenecemos a un país civilizado ni inteligente ni sensible ni lógico. Si no somos capaces de guardar para nuestros hijos y nuestros nietos tal legado, quitémonos la máscara, mostrémonos como bestias codiciosas sin remedio y descataloguemos ya las catedrales románicas pues al fin y al cabo siempre podríamos desmontarlas, vender sus piezas más selectas y utilizar los solares (céntricos, desde luego) para construir pisos de lujo: riqueza y puestos de trabajo, ¿no?

Anayet y Canal Roya, sin olvidar Izas, son intocables. Quienes vivimos en el llano necesitamos saber que podemos subir allí para reencontrarnos con nuestro espíritu; quienes habitan la montaña no deben dejarse robar un recurso medioambiental que vale su peso en oro. Que no les engañen: decenios atrás ya les arrebataron los tímpanos de sus iglesias; ojo no les quiten ahora las joyas de sus cumbres.

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