Turismo sostenible

Los hábitos turísticos tienden a apartarse de las antiguas pautas de sol y playa, para satisfacer intereses más refinados, como una aproximación más profunda al patrimonio artístico, cultural o natural. De todos ellos posee Aragón una gran riqueza, pero en especial del último: la naturaleza se ha desbordado en nuestra tierra para brindarnos un catálogo de opciones de singular belleza y variedad, con enclaves únicos. ¿Quién no recuerda un bucólico paseo por los serenos valles pirenaicos? Algunos de ellos ya no son posibles, pues aquellas praderías en las que cuidadosamente evitábamos dejar nuestra huella aparecen hoy surcadas por las rodaduras de pesadas máquinas y el estigma de construcciones descontroladas. Ayer fue el apacible y recoleto valle de Espelunciecha, mañana puede ser la Canal Roya, hoy amenazada por la presunta utilidad de la unión entre las estaciones de esquí de Formigal y Astún. ¿Merece la pena? Tras contemplar cómo la especulación ha destrozado las costas mediterráneas, hemos de cuestionar sinceramente beneficios y costes de una decisión de tan drástico porvenir, pues después ya no será posible retornar a la situación anterior. Ciertamente, el turismo mantiene la población en los valles y proporciona un desarrollo y unos ingresos imposibles con los medios tradicionales de vida, pero hay muchos tipos de turismo. Además, el esquiador no precisa una macroestación, cuyo periplo le robaría parte del tiempo disponible para su deporte, condicionando también el retorno hasta su vehículo; resulta por otra parte banal la excusa de la descongestión, pues los problemas surgen en ocasiones concretas, que seguirán reproduciéndose. Una vez más, en defensa del medio ambiente, se abre un interrogante ante ese proyecto. ¿Merece la pena?

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