Zapatero debería haberse tentado la ropa antes de hacer del urbanismo ejemplar su bandera para las próximas elecciones locales. Desde que el PSOE hizo público su voluntarioso decálogo contra el «urbanismo salvaje» hasta el pasado fin de semana, cuando el presidente del Gobierno proclamó el comienzo de una cruzada contra la corrupción, los socialistas han tratado de asignar al PP el sambenito de los «pelotazos» sin querer ver los desórdenes en su patio trasero.
Con haber echado un vistazo a Ciempozuelos o Marbella, les hubiera bastado para armarse de prudencia y pensarse dos veces las proclamas purificadoras que han lanzado. Pero, si no era suficiente, nuevos ejemplos ponen en cuestión la legitimidad del PSOE para aparecer ahora como adalid de las buenas prácticas.
El alcalde de Barbastro, a la sazón presidente de la Diputación Provincial de Huesca, va a tener que dar unas cuantas explicaciones acerca del súbito incremento del precio de unos terrenos adquiridos por el consejero delegado de Aramon -la sociedad responsable de cinco estaciones de esquí aragonesas, participada por el Gobierno de Marcelino Iglesias e Ibercaja-. En un año, subió nada menos que un 1.900 por ciento.
Desde luego, no se puede negar que Javier Blecua tenía buen ojo para las inversiones. ¿Y quién ha sido el generoso comprador dispuesto a afrontar tan sustanciosa revalorización? El Ayuntamiento de Barbastro, qué casualidad.
El punto nueve del rimbombante decálogo socialista establece un noble principio: «Las plusvalías del urbanismo al servicio del interés general». Tal vez Cosculluela podría empezar sus aclaraciones por dar cuenta a los barbastrinos dónde está el provecho que obtendrán de tan llamativa operación.
De momento, Aramon ha agradecido los servicios prestados a Blecua y ha prescindido de ellos por si acaso le salpicaba el escándalo. Inteligente decisión. Veremos si el PSOE se aplica el decálogo de marras u opta por aplazar su código de ética hasta después de las elecciones.