Los valores naturales del anayet justifican un parque natural

Zona verde. Heraldo de Huesca.
6 de julio de 2004
EL ANAYET, LOS RESTOS DE UN VIEJO VOLCÁN PIRENAICO

El Anayet es un viejo volcán donde hay nieves semiperpetuas, lagos,
turberas, valles glaciares, praderas cubiertas de raras flores
multicolores, manadas de sarrios y quebrantahuesos. El Anayet y todos
sus tesoros naturales deben ser protegido urgentemente por el Gobierno
de Aragón.

Que el pico Teide o que gran parte de las Islas Canarias son de origen
volcánico, eso es algo que casi todo el mundo sabe. Lo que tal vez nos
sorprenda es escuchar que en los Pirineos, junto a los granitos y las
calizas dominantes, existen montañas que hace unos 250 millones de años
fueron también volcanes activos. Hay quien afirma que se trata de los
rescoldos de un incendio mitológico, en referencia a la leyenda de
Pyrene. Y por otra parte, de forma complementaria a la fantasía, los
científicos aluden a dos tipos de rocas volcánicas en los Pirineos que
poseen un origen diferente: basálticas (en la zona de la Garrotxa,
Gerona) o andesitas (como las del Anayet, o el francés Midi d’Ossau).

El Anayet es una montaña del Pirineo Aragonés, con 2.545 metros de
altura, situada sobre los valles oscenses de Tena y de Canfranc. Se
puede llegar a ella por ambos lados. Los pioneros del pirineísmo le
definieron como “el pararayos de la comarca” por su forma puntiaguda,
como “una especie fecha de catedral negra, rodeada de rocas rojas como
la sangre, donde la aridez de esta región sin apenas árboles unido a la
altitud dan al Anayet una especial grandeza”.

Los géologos se refieren a las andesitas rojas y negras del Anayet como
a los restos de un pitón volcánico, una chimenea de fuego por donde
ascendía hacia el exterior la lava, hoy endurecida y fría. Su origen
está en el encuentro de las placas tectónicas, en los volcanes que
entraron en erupción a finales del plegamiento herciniano. Estas rocas,
de mayor resistencia que las del entorno, han quedado en pie, en
resalte, frente a la erosión. En el Anayet también se aprecian las
huellas de los hielos del Cuaternario, con tipos valles en artesa, o
con forma de U. En las cotas superiores, rodeados de paz y de sosiego,
se localizan las aguas oscuras y no muy profundas de los ibones de
Anayet, lagos de alta montaña asentados en cubetas de sobreexcavación
glaciar. Junto a los mismos se halla uno de los paisajes más peculiares
de todo Aragón, las turberas. Son de lo más singular que encierra la
naturaleza del macizo del Anayet, este tipo de zonas húmedas con
plantas higrófilas. En Aragón sólo hay turberas en las cuatro esquinas
de la comunidad autónoma: en Benasque, en la sierra de Albarracín, unas
pequeñas en el Moncayo y las de Anayet en el Alto Aragón occidental.
Las turberas corresponden en realidad a viejos ibones colmatados,
rellenos de aportes sedimentarios recientes. Estos ecosistemas cuando
están activos presentan masas vegetales vivas en la superficie,
mientras que en sus partes profundas se forma la turba a partir de la
materia orgánica muerta acumulada.

El viejo volcán con sus peñascos, pastos, cimas, aristas nevadas y
zonas húmedas acoge una variada fauna de alta montaña. La perdiz nival,
el acentor alpino y el gorrión de las nieves viven en las cotas más
elevadas, en los picos de Anayet, Vértice, Campo de Troya, Culivillas,
las Arroyetas, El Porté o Aneu. El quebrantahuesos sobrevuela un
paisaje sorprendente, un terreno en el que no faltan las marmotas a la
entrada de sus madrigueras subterráneas, las manadas de sarrios
brincando entre las rocas, los topillos nivales que excavan largas
galerías en el suelo o los armiños de blanco pelaje en el invierno.
Anayet es una montaña viva por los cuatro costados. El águila real, las
chovas piquigualdas y el buitre leonado acompañan al quebrantahuesos en
sus vuelos de altura. El desmán de los Pirineos, el tritón pirenaico,
la trucha y el salvelino pueden ser sorprendidos en los ecosistemas
acuáticos.

Pero si nos fijamos en las plantas, también pronto advertimos que el
Anayet no es una montaña más, una cualquiera. Los botánicos pirenaicos
saben que su paisaje vegetal del Anayet es la mejor representación de
la alta montaña silícea que hay en el Pirineo Occidental. A la
existencia de las típicas flores de pastos y rocas de altura –como las
gencianas, saxífragas, ranúnculos, cervunos y festucas- se añaden
plantas típicamente silicícolas, refugiadas en este relieve, ya que no
soportan la cal de las rocas calizas. Uno de estas es un vistoso
arbusto, el rododendro, una bella azalea de montaña que florece en
estos días. Pero si hablamos de matorrales, no hay que olvidar las
formaciones relícticas de sabina rastrera. La flora del Anayet y sus
valles –Izas, Roya, Espelunciecha y Culivillas- atesora plantas muy
raras en el contexto no sólo pirenaico, sino regional e incluso
nacional. En Espelunciecha está localizado la especie Lycopodium
clavatum, citada sólo en tres localidades de Aragón, en el alto valle
de Tena. En Culivillas crece un helecho, relicto, propio de la época de
los dinosaurios, llamado Diphasiatrum alpinum, para el que ésta es la
única localidad de todo el Pirineo Aragonés. Lo mismo sucede con
Woodsia alpina, que aparece junto al ibón de Espelunciecha, en las
fisuras del roquedo.

En las paredes silíceas del Anayet hay plantas muy interesantes como
Saxifraga pubescens, Saxífraga intricata o Primula hirsuta, más propias
de zonas como el valle de Benasque que de esta parte de los Pirineos.
Pero el conjunto más interesante desde el punto botánico son las
turberas de Anayet, donde la especie más típica es la atrapamoscas o
drosera, a la que se le suman especies higrófilas como Menianthes
trifoliata –sólo en esta zona-, Hippuris vulgaris –en el Corral de las
Mulas- o Potentilla palustris –muy rara, con la única localidad de todo
Aragón-. También se ha citado en este entorno un brezo cantábrico,
Erica tetralix.

Los ecologistas y montañeros de todo el país solicitan que la montaña
de Anayet sea protegida por el Gobierno de Aragón como un Parque
Natural, una reivindicación urgente y fundamentada ante la inminente
amenaza del proyecto de expansión y unión de las estaciones de esquí de
Formigal, Astún y Candanchú. En estos momentos el valle de
Espelunciecha está siendo drásticamente dañado por las excavadoras,
junto a la frontera con el Parque Nacional francés de los Pirineos, la
máxima figura de protección legal con que se puede dotar a un espacio
natural. Este es un patrimonio de todos que estamos perdiendo.

Eduardo Viñuales Cobos

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