Los grandes eventos

Andan conformando el Consorcio que debería posibilitar las Olimpiadas de Invierno en Aragón cuando esta década haya terminado. Ya saben, sueldos, viajes, cócteles y demás bagatelas. Para mayor gloria de la nieve ( me refiero a los negocios y dineros), algunos tratan de que el dominio esquiable se amplíe y se unan estaciones, lo que parece saludable mientras no conlleve destrucción de las montañas, del habitat y de los intereses de quienes viven en las zonas concernidas. Aramón se ha puesto las pilas y encendido velas a la Virgen de Castanesa, frotándose las manos el famoso arquitecto Norman Foster, a quien le importa un adarme que se logren o no los Juegos. Entre tanto, las máximas autoridades deportivas nacionales advierten sobre la inconveniencia de dilapidar alegremente dineros públicos, máxime cuando las vacas andan flacas. Jaime Lissavetzky, secretario de Estado para el Deporte, lo ha dejado dicho, solo hay que apostar por lo seguro. Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, habla de «racionalidad» y de la necesidad de que las posibles candidaturas a estas calebraciones «no sean políticas». ¿Estamos entendiendo el mensaje? Yo no me creo eso de aparcar la política y, muy al contrario, intuyo que se nos está avisando, mañicos, dejarnos tranquilos, que ahora toca apoyar a Cataluña en lo de la nieve y a Madrid en tierra. Al incombustible Belloch se le llenan los carrillos de grandes eventos cuyos resultados… convendría evaluar de una vez y por todas, con luz y taquígrafos. Todavía andamos pendientes del haber y el debe de la famosa Expo 2008. Si nos ha costado (dineros de todos) más de lo ingresado, y lo hecho solo genera pérdidas, ya nos dirán si tenemos derecho o no a desconfiar de los grandes eventos.

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