Todo ello con la inestimable ayuda del partido del señor Iglesias, que defendió con mucho ahínco ante las Cortes de Aragón lo innecesaria que era su aprobación. Tampoco ayuda mucho su reconocimiento en declaraciones a los medios de que en esta legislatura no había podido aprobarse una Ley de las Montañas debido a los pactos electorales entre su partido y el PAR y las servidumbres que esto conlleva, conformándose con unas directrices que no satisfacen a nadie.
Ahora habría que preguntarle al señor Iglesias qué tipo de Ley es la que nos quiere colar. ¿Una en la que de una vez por todas se apruebe un texto que defienda las montañas, que prohíba construir a más de 1.500 metros, que no tenga como único fin la ampliación de más estaciones de esquí, que tenga en cuenta la amenaza del cambio climático y que consagre las montañas como lo que deberían de ser?
Es decir, santuarios en los que se proteja la vida animal y vegetal y no se rompa ese frágil equilibrio que en estos momentos, pese a las amenazas y destrozos del paisaje, aún existe. Por el contrario, lo que con creciente preocupación vemos los grupos ecologistas y todas aquellas personas preocupadas por nuestra naturaleza, el medio ambiente y el patrimonio, es el monocultivo de la nieve, las macrourbanizaciones, los campos de golf que siempre les acompañan, la creciente despoblación de estas zonas, la construcción masiva de segundas residencias que se ocupan unos pocos días al año, etcétera. ¡Para qué seguir!
Con declaraciones como éstas se demuestra claramente el poco peso específico del señor Iglesias y de su partido a la hora de tomar decisiones sobre leyes que afectan al medio ambiente. Sería bueno recordar todo esto ahora que a nuestros políticos les ha entrado la prisa ante las elecciones: todo son promesas que suenan a palabrería hueca y que para la mayoría de los partidos van a ser de muy difícil cumplimiento.