La montaña ha guardado largo tiempo su soledad y, con ella, su papel de santuario natural con rostro también humano, sus ambientes retirados y la múltiple manifestación de la vida que albergan. Y la alta montaña ha sido el dominio de la roca, del hielo y la nieve en el silencio, con una fauna simbólica en escenarios intocados.
Aquí queda aún en Europa occidental, suspendido en altitud, un espacio que merece ser preservardo como un legado.
El Pirineo es roca, torrente, bosque, espacio libre y de contundente belleza. Ese Pirineo es el silbido de la marmota entre las peñas y la silueta solemne del ave en el cielo, y es también casa y prado e incluso sala de estudio y de mapas, biblioteca y museo.
El Pirineo es una montaña humanizada desde antiguo, con elementos culturales insertos en sus valles, que ascienden hasta los prados de altura y por los viejos caminos. Es también terreno histórico de pirineístas que han reconocido y descrito con ojos fascinados sus más escondidos parajes. Es una montaña vivida, sentida, escrita, estudiada y pintada.
La extensión de la cordillera de este a oeste, sus orientaciones contrastadas, sus perfiles de altitudes crecientes hacia su centro, sus influencias climáticas diversas, la variedad de picos y valles, su evolución natural y humana dan lugar a cruces y transiciones de factores y medios de magnífica personalidad.
En esa diversidad como conjunto, que va modificándose encadenadamente, complementariamente, desde los luminosos escarpes calcáreos de las peñas aragonesas a los densos hayedos con niebla de los “gaves” de Francia, el Pirineo mira tanto al verdor del norte como a las estepas del sur, coronado por montañas cinceladas en áreas lacustres y rematadas por pequeños glaciares, donde se guarda, con personalidad propia, la memoria de todas las montañas del mundo en un paisaje definido por la armonía.
Esta montaña es hoy un refugio y como tal debe ser guardada. Hay en ella muchos “refugiados”, habitantes vulnerables en sus últimos cobijos, que ya no podrían sobrevivir en otra parte o de otro modo. Que han venido a ser así la expresión misma de esos territorios. Que requieren, por ello, una protección civilizada.
El proceso que ha conducido a dar forma a los paisajes que ahora véis tiene un desarrollo mixto, entre natural y humano. Pero hay muchas modalidades en él no siempre positivas, ahora y en otros tiempos. Por ejemplo, la reconversión desde mediados del siglo XX de los fondos del Valle de Tena por las obras hidráulicas.
Pero las transformaciones recientes del paisaje del Pirineo aragonés han sufrido una intensificación, una extensión y una aceleración de tal acometividad, que parecen indicar un proceso de mutación que afecta a la misma calidad de la montaña.
Hoy es el turismo masivo, entendido industrialmente, con sus equipamientos crecientes, con su urbanización asociada, que artificializan y sustituyen sus paisajes, la mayor amenaza para el mantenimiento de la naturalidad del Pirineo. Si el aprovechamiento humano es también un “ecosistema”, éste ha mudado, es claramente invasor y dominante. Y, como consecuencia, allá donde llega se desvanece el rostro milenario de la montaña.
Todos los paisajes cambian, pero estas alteraciones entrañan pérdidas tan fuertes de entidad, que hacen necesario, por equilibrio indispensable, un incremento de la preservación del paisaje. Si no, los sueños se nos volverán pesadillas.
Los paisajes de la montaña tienen sus valores mayores en su escritura y, por tanto, en su lectura natural y cultural. Por ello, si se les extirpan esos valores se vacían de sus contenidos. El desconocimiento ocasiona ceguera hacia la sustancia y el pragmatismo conduce al acantonamiento del espacio natural y a la sustitución de esas calidades por planteamientos de contratista.
El ascenso progresivo en busca de campos de nieve invernales cada vez menos persistentes hace trepar a las estaciones de esquí a cotas de alta montaña, con su invasión consiguiente y a veces ya tocan las altas aristas, es decir afectan a todo el desnivel montañoso hasta donde éste acaba en el aire.
Y entonces, todo lo que era terreno y vida aún naturales queda afectado en sistema interrelacionado, desde un suelo que se hace erosionable a la flora que es deteriorada, a una fauna que ve asaltado su último refugio, y, en suma, hasta la pérdida de la calidad espontánea del escenario.
En la segunda mitad del siglo XX asistimos al marchitamiento de un Pirineo antes vivo y de un hábitat rural original y fuerte. Se nos fue tal vez un mundo, un modo de civilización y con él, un paisaje humanizado. Y en él había un sentido, hoy cada vez más perdido, de la montaña. De los días del año, de la percepción de los caminos, las fuentes y los bosques, del espacio local, de las costumbres. A partir de esa discontinuidad de un modo secular de existencia, ha habido muchos olvidos, galopadas y tropiezos.
Y hoy estamos en uno de esos espasmos de búsqueda de un modelo nuevo de productividad, distinto y ajeno a lo que fue esencial, vacío de fondo cultural.
El procedimiento seguido en el pequeño valle de Espelunciecha corresponde a ese modelo. Es evidente que, con una visión de mayor altura de miras que la que lo amenazaba, Espelunciecha hubiera debido ser un espacio fronterizo complementario de respeto, un paisaje protegido que hubiera hecho de unión física entre lugares preservados. Pero incluso este paraje próximo a nosotros que forma el ángulo noroeste de la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala ha sido desbaratado.
Nuevamente alguien está confundiendo el valor con el precio. Espelunciecha se ha convertido en un símbolo de la defensa y del deterioro de nuestra montaña. Pero, de hecho, hay más lugares en las montañas aragonesas que ahora mismo son también próximas “espelunciechas”.
La red de espacios protegidos del Pirineo es insuficiente, dada la entidad de la montaña. Aunque esos espacios son irreversibles, su catálogo obedece más a la historia que a la geografía, refleja más las circunstancias históricas en las que se fue logrando que una selección geográfica ajustada.
El alto Pirineo debería estar defendido en una amplia superficie de dominio natural con fórmulas de preservación adecuadas, para que no estuviera permanentemente expuesto a la llegada de iniciativas perturbadoras del promotor de turno.
Habría que extender, por ejemplo, el Parque Nacional de Ordesa de modo suficiente como para unificarlo con el Parque nacional francés y tender a hacer entre ambos un gran Parque Internacional Europeo de los Pirineos, como piden los tiempos que corren.
Por otra parte, la Reserva de la Biosfera de la UNESCO, en vez de ser desatendida e incluso agredida en uno de sus límites, tiene aún un área excelente en el Pirineo aragonés, que igualmente podría extenderse por nuestra vertiente y por la ladera norte en una óptima muestra de territorio sostenible con una conservación patrimonial explícita. Son las necesarias respuestas globales a asaltos también globales.
Cuando se intenta proteger un espacio, es obligatorio que se lleve a cabo previamente un plan de ordenación. Con mayor motivo se puede reclamar que, cuando se pretende emprender en un lugar una acción que puede resultar agresiva al medio y al paisaje, debería estar obligatoriamente precedida por un estudio territorial y medioambiental explícito, más allá de las viciadas y rutinarias declaraciones de impacto ambiental.
A la naturaleza del Pirineo le beneficiarían, en suma, seis medidas inmediatas, unas correspondientes al Ministerio de Medio Ambiente, otras al Gobierno de Aragón y una concreta de iniciativa popular:
1ª- la ratificación del Convenio europeo del paisaje,
2ª- la puesta en vigor de la Carta de las Montañas redactada el Año Internacional de las Montañas,
3ª- la activación, preservación y extensión suficiente de la Reserva de la Biosfera de Ordesa-Viñamala, del Programa MaB de la UNESCO, según sus verdaderos principios.
Es decir, como consta en sus textos, que estas reservas existen para procurar el equilibrio entre conservación, sostenibilidad y perduración de los usos tradicionales de la tierra. (Y no para el desarrollo de las estaciones de esquí, como proclama paradójicamente el Departamento de Medio Ambiente de Aragón).
4ª- la ampliación del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, según el proyecto del Organismo Autónomo de Parques Nacionales,
5ª- la declaración de un Parque Natural del Anayet, desde Espelunciecha a Collarada,
y 6ª- el amplio apoyo ahora mismo, sobre todo, al proyecto de una Ley de la Montaña, emprendido como iniciativa popular por los defensores aragoneses del Pirineo.
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Si no se protege, cualquier espacio está amenazado y, si se conserva, queda regulado. Esta es la disyuntiva.
El desarrollo económico entendido sólo desde su lado más duro requiere una corrección cultural constante. Y, si no se hace así, dejará de ser realmente “progreso” para convertirse en depredación.
El método de conocimiento y de sentimiento en estos paisajes es el contacto directo con las montañas. En él se adquiere un bien que sólo es accesible en esas condiciones: la conciencia moral de la naturaleza.
Como decía Thoreau, pongamos los arroyos, los bosques y los vientos al servicio de ese noble fin.
Y hagámoslo posible mediante la conservación del mundo en el trozo de él que nos toca vivir.
EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN
EL PORTALET
20 de marzo de 2005