Javalambre

El invierno en estas tierras, muchos días el horizonte se nos muestra completamente limpio de brumas. La luz en esas mañanas es de tal nitidez, que desde las tierras altas del Maestrazgo se observa  la Sierra de Javalambre cubierta de seda blanca en todo su extenso dorso alomado. La pureza de esa imagen casi nos deja tocar la capa de nieve helada. Aquella  que crujía a cada paso en el día de Año Nuevo de hace veinticinco años, cuando me inicié caminando  por el Alto del Ventisquero, en una soledad acompañada del cielo azul, cual navegante en medio del Mediterráneo que desde allí se intuye hacía el levante. Viene a mi recuerdo el cierzo helado cortando la cara, como desde tiempo inmemorial curte la de  pastores cobijados en manta ensebada de aromas de tomillo ahumados con aliaga, ardiendo entre piedras al cobijo del viento, y lavada con lágrimas desprendidas con el recuerdo de  las batallas perdidas; el paño que protege del frío y del dolor, al desprender tanto sentir profundo abigarrado en sus hilos. Me encontré una pequeña araña andando en aquel desierto blanco, arrancando con cada movimiento de sus patas minúsculos cristales de hielo, como lo haría en los erg del desierto con cada uno de los granos de arena amontonados en venteadas dunas.

No hace muchos años, desde el santuario celtibérico de Peñalba, en Villastar, la Montaña Blanca se nos mostraba con la misma virginidad con que la debieron mirar aquellos hombres que, mientras grababan en la arenisca símbolos de su culto, oteaban hacía el levante y veían aquella mole de roca interponiéndose y llenando de misterio aquello que ocultaba. Quién sabe si la espiritualidad que expresaban aquellos antiguos pobladores no reflejaba sino su miedo de atravesar aquella muralla. En la actualidad, desde ese mismo lugar,  Javalambre  se ve domesticado: la red de pistas de esquí abiertas entre los pinares de la ladera oeste y la visión de torres, cables y edificios no pasan desapercibidos,  incluso para quienes desde la ciudad de Teruel observamos la cumbre más alta del sur de la Ibérica.

El verano aleja el rigor invernal pero trae el infierno. Un mosaico de sabinas rastreras y piedras se comporta como lagartijas tumbadas al sol, resguardadas del frío viento del norte que nunca deja de sollar en estos altos. Bastantes de estas sabinas son más que centenarias, grandes “árboles  horizontales” de un valor inapreciado. “Simples” para muchos; monumentos vegetales únicos, en realidad.

Como “Simples” parece que nos ven a quienes no pretendemos horadar las entrañas de la Sierra. Quienes no nos sumamos a la caravana de aquellos que hollan en búsqueda de fortuna, como aquellos lejanos aventureros del Yucón que dejaron en su intento su identidad, su cultura y su vida, segando a su paso  la hierba como caballos de Atila.

Conforme leemos este paisaje preñado de elementos culturales en torno a la cultura pastoril, percibimos que no es un lugar inhóspito. Esta isla biológica altitudinal es, junto al Pirineo y Sierra Nevada, uno de los “hotspots” (núcleo de alta prioridad botánica mundial) reconocidos en la Península Ibérica. Dejo a otros que escriban sobre este patrimonio de todos, o lean ustedes lo escrito sobre esta sierra, como la obra Centres of Plant Diversity (Davis, Heywood y Hamilton, IUCN, 1994) y tantas referencias de botánicos ilustres.

Su importancia mundial en el panorama de la conservación contrasta con la desidia con la que ha sido tratada por los respectivos responsables medioambientales de Aragón, lo que también pueden  leer repasando las hemerotecas provinciales de los últimos veinticinco años. Ni tener las mejores muestras mundiales de sabina albar, ni los bosques horizontales de sabina rastrera, ni la abundancia de endemismos vegetales gravemente amenazados, ni el valor entomológico o geomorfológico ha sido reconocido. Javalambre es el único en toda Europa de los mencionados hotspots que no goza de ningún tipo de protección, lo cual deja perpleja a la comunidad científica internacional.

El dorado que algunos ven en el esquí, como único modelo de desarrollo para esta sierra, ha sido responsable de la destrucción de casi prácticamente toda la población mundial de Oxytropis javalambrensis, así como de otras plantas exclusivas de estas cimas.

La ambición desarrollista no tiene límites. En el año 2005 el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno formuló declaración de impacto ambiental desfavorable para el proyecto de carretera de acceso por la cara sur de la Sierra a las Pistas de Esquí. Sin embargo, los hay que no cesan de reivindicarla, aún incumpliendo la legalidad vigente, en la búsqueda de la cuota de crecimiento urbanístico para el sector sur de la sierra. Para ello hay que abrir en canal las cimas y crear una enorme y kilométrica herida en el paisaje. 

Entre tantas voces alzadas en el pensamiento único de un modelo  de desarrollo,  debemos hacer replicar las de quienes sentimos dolor cuando se rasga la capa que viste  el gran domo de Javalambre. Son muchas las especies que no resisten esos cambios bruscos que imprimimos con nuestras acciones en el territorio. Para algunos,  esos cambios simbolizan perder uno de los últimos lugares donde poder abrazar sentimientos profundos con la tierra. Entre tanta superficialidad con que la vida nos envuelve en su intento por atraparnos el alma, se hace necesario que hablen también aquellos  que sienten de otra manera su vida en la Sierra. Se hace necesaria nuestra complicidad con su intento por hallar una vía que sostenga el tejido social que ha modelado estos paisajes. También ellos habitan la Sierra de Javalambre, junto a los viejos tejos centenarios diseminados a lo largo del barranco de La Hoz, que resisten el paso del tiempo enraizando entre las grietas de las viejas rocas.

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