Ahora, en cuanto oigo hablar de territorio me pongo en alerta. Sepan ustedes que servidor siempre fue partidario de acercar la Administración a los administrados, pero nunca ignoré que eso significa aproximar también las decisiones institucionales a los intereses particulares de quienes controlan el poder local, lo que inevitablemente enrarece (por decirlo con finura) la situación. Verbi gratia: si un ayuntamiento se lanza a recalificar a lo bestia en contra de toda lógica urbanística, ¿cómo no ha de encontrar el apoyo de aquellos que tienen tierras felizmente afectadas por el toque mágico? Véase el caso de La Muela.
Es fácil manejar el territorio: un poquito de bisneo inmobiliario (donde sea posible), otro poco (o mucho) más de clientelismo político, un generoso chorreo de populismo y grandes raciones de expectativa y autoestima inducida. ¿Sostenibilidad?, ¿lógica a medio y largo plazo?, ¿sentido de la proporción y de la realidad? Ay, amigos, eso ya es harina de otro costal. Díganme, si no, cómo podemos explicarnos las cementeras que crecen cual setas por Aragón, las nuevas térmicas (como esa de Mequinenza, ¡que quema escoria!), la fundición de plomo que van a plantar en Pina, los planes para convertir en negocio el valle de Castanesa (jodiéndolo de paso) y tantas otras extravagancias que cunden en medio de la confusión. Sólo han faltado la crisis y el cierre de empresas que dan vida a pueblos y comarcas para incentivar el desarrollo sucio, que ni es desarrollo ni es nada.
¿Pues ya me dirá usted que hacemos entonces, salvo cerrar la puerta y emigrar?, me dicen quienes manejan los argumentarios al uso. Pues hacer territorio de verdad e imaginar desarrollos más interesantes y mucho más auténticos. Desde luego, ubicando industrias que producen anhídrido carbónico por un tubo y apenas crean unos cuantos puestos de trabajo de baja cualificación no hacemos nada. Es más razonable trabajar con sentido estratégico y apostar por la explotación sostenible de los recursos sobre el terreno. Medio ambiente y biodiversidad; productos agropecuarios de calidad bien comercializados; industrias verdes; acceso a las redes; turismo centrado en el paisaje, la gastronomía y la cultura; relevo generacional a partir de nuevos paradigmas en la formación y la concepción de lo que en otros países europeos se denomina nueva economía rural; teletrabajo, telepromoción y televenta; imagen de marca… Es más complicado que urbanizar a la brava, pero da más juego y permite rentabilizar in situ las inversiones públicas o privadas (en vez de entregárselas directamente a las constructoras foráneas).
En el Matarraña ya trabajan en esa dirección. En el Pirineo podrían hacer maravillas si no se dejasen abducir por los cantos de sirena. Es (sólo) cuestión de ambición y buen criterio.