Rafelet tiene 46 años y es el último bautizado en Fonchanina. Hoy es uno de los tres habitantes de esta pequeña aldea del Pirineo aragonés, parte del municipio de Montanuy, en las lindes del parque natural Posets-Maladeta. Un pueblo que aglutina 17 núcleos de no más de 180 habitantes permanentes. Rafelet vive con su padre, Rafel, de 77 años. Desde hace meses las conversaciones en su casa son tensas. La culpa la tienen los esquiadores y las tierras que Rafelet ha vendido -con una opción de compra- a la empresa Aramón para que, de salir adelante el proyecto de ampliación de la estación de esquí de Cerler, se conviertan en destino de los remontes que llevarán a los esquiadores a la nieve. Desde entonces Rafel y Rafelet apenas se hablan.
Hoy todos los vecinos de Montanuy están revolucionados. Hace tiempo que en sus aldeas no se habla de otra cosa que de la venta de tierras y de la llegada de turistas. Y es que todo el valle de Castanesa formará parte de la futura ampliación de Cerler. El proyecto se está perfeccionando y aún queda la presentación del estudio de impacto ambiental, pero ya ha tomado forma en la mente y en muchos de los bolsillos de los habitantes de este idílico valle. Hace algún tiempo que Aramón lleva ofertando a los vecinos opciones de compra por sus tierras y que ha alquilado la montaña de Castanesa -propiedad de los habitantes del pueblo- por un periodo de 50 años.
Rafel ha vendido a pesar de la oposición de su hijo. «Quiero que llegue gente. Aquí estamos muy solos y si no viene a vivir nadie, el pueblo desaparecerá», dice Rafel a las puertas de su casa de piedra. «En cuanto venga toda esa gente, yo me voy. Dejo a mi padre aquí y me voy», asegura Rafelet. Acaba de llegar de echar de comer a las vacas y aún tiene puesto el mono de trabajo. «Yo no tengo tierras, pero si las tuviera no las habría vendido», dice en voz alta y mirando de soslayo a su padre para asegurarse de que le ha escuchado.
La ampliación de las pistas se ve por algunos como una manera de evitar que Montanuy siga perdiendo habitantes. «Queremos buscar vida para el pueblo. Aquí no hay nada, sólo ganadería», explica José María Agullana, alcalde de Montanuy. Otros lo ven como una maniobra especulativa. «La estación es una excusa para urbanizar. Este proyecto va a perjudicar la forma de vida de la flora y la fauna de la zona», sostiene Manel Badía, vecino de Ardanuy y presidente de la asociación Naturaleza Rural.
Desde Aramón dicen que su objetivo es ayudar a frenar la despoblación de la zona y construir una estación de esquí «sostenible». Según Agullana, se construirán 80 viviendas por núcleo y una urbanización con un gran centro de servicios en un paraje cercano al Ayuntamiento.
«Todavía recuerdo cuando había niños en el pueblo. Ahora esto se queda vacío. Puede que un día vengan los okupas y se metan en una de las casas deshabitadas. Y luego cómo les echas», dice Rafel ante la mirada atenta de Rafelet y de José, el tercer habitante de Fonchanina. «Si no se hace nada, mal; pero si se hace y lo estropean todo, también mal», dice. Para José, que también ha ofrecido sus tierras a Aramón, «porque algo hay que hacer», lo mejor sería un hotel rural. Y es que el comentario habitual en la zona es que los inviernos se hacen largos, largos y duros.
En todo Montanuy se habla de su vecino más ilustre. «Marcelino es de Bonansa», dicen. Marcelino es Marcelino Iglesias, presidente del Gobierno de Aragón. «Queremos modernizar las estaciones de esquí de Aragón para competir con Cataluña», sostiene Iglesias. Aramón -participada a partes iguales por el Gobierno de Aragón e Ibercaja- aspira a crear 250 puestos de trabajo para la gente de la zona.
«Hombre, seguro que con los turistas vienen también muchas mozas», le dice José a Rafelet con sorna. Rafelet le mira, esboza media sonrisa y mueve la cabeza e insiste. «Yo, cuando vengan todos, me voy del pueblo».