No es la primera vez aunque debería ser la última. Lo hicieron cuando vaciaron el Pirineo y lo llenaron de pantanos para las industrias de las ciudades y los regadíos del llano. Eran tiempos de dictaduras, autarquía, colonización agraria y costismo.
Vuelven a hacerlo cuando deciden desde sus despachos que el Pirineo debía ser la reserva india de la nieve y el turismo, y el almacén de las aguas que regarán Gran Scala. Ni siquiera se han molestado en preguntarnos. Nos dicen: nos gastaremos 150 millones en Formigal, 30 en San Juan de la Peña y 200 en Castanesa, y si queréis lo tomáis y sino, ajo y agua. No nos dejan opinar. Y el presidente Iglesias con su cantinela de que no se puede vivir de mermeladas en el Pirineo.
Pues a lo mejor podrían preguntarnos si preferimos que todo o parte de ese dinero se invirtieran en atraer fábricas, por ejemplo, de mermeladas o de telesillas, que crearían puestos de trabajo fijos para todo el año, o si preferimos que Aramón invierta en trabajo eventual dependiente de si nieva, y a lo mejor sí que podríamos vivir de la mermelada. Nos dicen lo que debemos hacer, amparados por unos cuantos traidores montañeses comprados a base de cargos y prebendas, que al parecer se deben a sus partidos y no a los ciudadanos que les votaron. Habría que botar a esos políticos pesebreros.
La democracia debería cambiar las cosas pero sólo lo ha hecho en un aspecto: antes decidían en Madrid, ahora lo hacen en Zaragoza. Los políticos deben gestionar no decidir por los ciudadanos.
De todas formas no todo está perdido. A finales de los 90 y principios de siglo decidimos plantarnos y decir que no queríamos más pantanos en el Pirineo. Podemos repetirlo.