Una herida en el corazón del Pirineo
Alejandro Sánchez, Director Ejecutivo de SEO/BirdLife
Pocas actividades humanas parecen tan nobles como el deporte. Tras un mes de agosto en el que hemos vivido las proezas de la élite deportiva del planeta, parece que uno termina reconciliado con la raza humana a pesar de las barbaridades que se ven y oyen cada día en las noticias. Las Olimpiadas son como el culmen de las ilusiones a las que una persona puede llegar a aspirar; y uno llega a sufrir y sentir con esos atletas que se preparan durante cuatro años para dar lo mejor de sí mismos en diez segundos, un instante. Pero como toda ocupación humana el deporte tiene sus sombras, y no me refiero evidentemente a las corruptelas que acompañan al ámbito profesional de esta actividad, ni a las veleidades mediáticas que acompañan a fenómenos de masas como los «galácticos» del Madrid o los campeones de Fórmula Uno. Quiero llamar la atención sobre las indeseables pero frecuentes contradicciones que existen entre la conservación de la naturaleza y el deporte, o, siendo más preciso, los eventos e infraestructuras deportivas.
Hay bastantes ocasiones en que las actividades deportivas parecen entrar en contradicción con la conservación, y de hecho hay numerosos conflictos, casi siempre asociados con grandes competiciones o infraestructuras y la masificación de público que conllevan. El enfrentamiento lógicamente es más fácil cuando el deporte en cuestión necesita de la propia naturaleza para su desarrollo, como es el caso del golf, el piragüismo, el submarinismo, la vela o el esquí, o de todos los denominados “deportes de aventura”. En estos casos es imprescindible que federaciones y aficionados sean conscientes de las limitaciones medioambientales de algunos lugares, por la singularidad de los paisajes o la rareza de las especies que los habitan, y hagan el mayor esfuerzo posible por compatibilizar la actividad con la conservación de la naturaleza. Creo que los “pajareros” podemos contribuir a resolver muchos de estos conflictos, dado que nuestra afición puede asimilarse bastante a una especie de deporte, bien que más silencioso y solitario que muchos de los mencionados, y en este sentido podemos sentirnos más próximos del aficionado al alpinismo o la bici de montaña, si es que no somos practicantes nosotros mismos.
Todo ello viene a cuento, no de la candidatura olímpica de Madrid o de la celebración de la Copa América en Valencia –aunque aprovecho para rogar que ambos eventos respeten escrupulosamente el medio ambiente- sino porque acabo de bajar de Pirineos con el alma hecha pedazos. Pedazos como los que las máquinas de Aramón están arrancando de las laderas del Anayet, en el Portalet, justo en el borde del Parque Nacional de los Pirineos franceses y de la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala, con la excusa de ampliar la estación de esquí de Formigal. Parece mentira que en el siglo XXI todavía se puedan cometer semejantes barbaridades medioambientales, especialmente en nombre del deporte. No puedo creer que haya nadie que se llame deportista, lo que para mí es sinónimo de una especial sensibilidad espiritual, y pueda admitir la gigantesca e irrecuperable herida que se ha abierto en el corazón del Pirineo. Como tampoco puedo entender que nadie que quiera a su tierra y sus paisajes admita semejante aberración como un mal necesario para mejorar nuestro nivel de vida ¿El de quién? Espero que los millones de euros que alguien ganará en la segura operación especulativa que anda detrás de este atentado le compensen de la condena eterna a la que le mandarán nuestros hijos y los hijos de sus hijos por haber destruido un patrimonio de la humanidad.
Supongo que se nota la cólera con la que escribo estas líneas; no es mi intención ocultarla. En este oficio en el que uno trabaja ve, desgraciadamente, muchos desastres y barbaridades, «Prestiges» y «Aznalcóllares», demasiados para un alma a la que le gustan los animales, la naturaleza y muy especialmente la montaña; no en vano me pasé cuatro años pateando monte detrás de acentores y collalbas. Pero hacía mucho tiempo que no veía una atrocidad semejante hecha a propósito por el ser humano y con todos los parabienes políticos y sociales. ¿Cómo puede alguien consentir que en un paisaje que debiera estar declarado parque nacional se remuevan millones de toneladas de montaña para que aparquen más cómodamente unos cuantos miles de vehículos más? Es como una monstruosa profanación, una violación de lo más sagrado de nuestra naturaleza; como si entráramos con un martillo neumático en la catedral de Burgos para alicatarla hasta el techo.
No nos podemos resignar a esto; de verdad que no. Es increíble que el Gobierno de Aragón celebrase hace dos años el Año Internacional de las Montañas y se apuntase el primero al acontecimiento y ahora consienta, permita, promueva y financie la destrucción del Alto Gállego de manera tan arbitraria, prepotente e injustificada. Todos debemos poner nuestro granito al respecto, y eso es lo que desde esta humilde página estoy intentando hacer, esperando despertar a alguna mente sensible pero adormecida por tanto telediario sangriento. Creo que hay pruebas suficientes de que los socios de SEO/BirdLife pueden marcar la diferencia, así que os invito a todos a no dejar pasar una oportunidad para denunciar este atentado medioambiental y apoyar a la Plataforma en Defensa de las Montañas de Aragón en su desigual lucha, que es la de todos nosotros.