¡qué verde es el valle… de castanesa!.

O sea, todas esas cosas bellas y limpias que suelen gustarnos a las personas humanas. Les confieso que hubiese disfrutado aún más si sobre esos parajes no pendiese cual aguda espada de Aramón un proyecto para hacer pistas de esquí, remontes, telecabinas, edificios diseñados por Foster (el arquitecto cuyo nombre se usa para exorcizar los reparos), pistas de servicio y luego aparcamientos, urbanizaciones y otras maravillas del negocio inmobiliario.

Bueno, si la crisis es época de oportunidades (según dicen los positivos), ésta que padecemos ahora nos ofrece la posibilidad de ver cómo la destrucción del valle de Castanesa se frena en seco por falta de financiación. Aquello no se apaña sin invertir muchos cientos de millones, y no creo que Ibercaja y el Gobierno aragonés estén ahora para aventuras tan costosas. ¿O sí?

¿A quién se le ocurrió la genial idea de poner pistas de esquí en un valle tan estrecho y cuyas laderas ofrecen mil y un inconvenientes (salvo que las reconstruyan a base de máquinas y barrenos)? Aramón ha entrado fuerte, comprando suelo a cuarenta millones de las viejas pesetas cada hectárea de prado (con la pastita del común, claro). El dinero fácil ha roto la estabilidad social del valle, ha sembrado la desconfianza entre vecinos y ha creado nuevos y absurdos paradigmas.

Debe ser muy difícil captar las otras posibilidades del Pirineo: su articulación como un espacio único capaz de crear valor añadido a través de la calidad medioambiental, de la calidad agropecuaria, de la calidad turística, de la calidad gastronómica, de la calidad paisajística, de la calidad monumental. Es una vía más compleja y exigente que la del pelotazo privado realizado a través de la inversión pública. Pero en fin… A lo mejor la crisis nos abre los ojos. Ahí está la oportunidad.

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