¿puede ser sostenible la montaña?

¿En qué pensamos cuando hablamos de los territorios de montaña? En la mente se dibujan valles vivos, con pueblos, con gentes, y con un entorno natural conservado y en equilibrio con las actividades humanas. Esta imagen se contrapone a lo que nos cuentan los mass media: que la única posibilidad de que los territorios de montaña sobrevivan pasa por un crecimiento urbanístico descontrolado similar al de Marbella. Por eso las II Jornadas en Defensa de las Montañas, organizadas por la Plataforma en Defensa de las Montañas de Aragón dedicaron una sesión completa a dar voz a los montañeses y destacar las experiencias de desarrollo sostenible en la montaña: experiencias que existen, que funcionan, que permiten que la gente se asiente y permanezca en el territorio y que el medio perviva, en contraposición a un modelo de monocultivo extensivo del turismo residencial basado en la especulación y que sólo aumenta los desequilibrios.

Hoy el concepto de desarrollo sostenible, aun siendo relativamente nuevo, ya se ha desvirtuado y vaciado de contenido, como advirtió Manel Badía, de la Asociación de propietarios y vecinos del valle de Castanesa Naturaleza Rural. Pero, más allá de la retórica podemos encontrar experiencias concretas, precisamente en zonas como Castanesa, donde “se mantienen y siguen respetando los antiguos procedimientos en la gestión de los recursos, en la metodología del trabajo, incluso en la cultura y en la forma de ser que marca el carácter y la identidad de sus gentes”, explicaba el ponente. Desgraciadamente, estas zonas están amenazadas por grandes planes de especulación urbanística. Según Bandia, “durante generaciones se ha podido vivir en esas zonas rurales de montaña porque no se han agotado los recursos. Antes se tenía un cierto orgullo por el trabajo ganadero, por el desarrollo de la vida cotidiana que de forma sostenible había sustentado a todos mis antepasados y se intuía como una continuación hacia el futuro de las siguientes generaciones. Más bien se han respetado intencionadamente para dar continuidad”. Precisamente, recuperar esa dignidad social para quienes viven en equilibrio con el medio puede ser una buena manera de empezar a promover un desarrollo sostenible, retomando lo que durante siglos funcionó.

Equilibrio con el entorno
Otras experiencias las encontramos al pie del Parque Nacional de Ordesa. Allí Miguel Torres, de Torla, hace tiempo que cambió “la pezuña por la chancleta, el cayado por la recepción y la ganadería por el turismo”. En este valle, la bonanza económica proviene del turismo ligado al espacio natural conservado, sin pistas de esquí, con el añadido de que el dinero queda en el valle, permitiendo además a la población local decidir cuáles son las prioridades y actuar en consecuencia. Ahora que el Alto Aragón todavía no tiene un turismo masificado, es el momento de decidir si se quiere un modelo turístico basado en la sostenibilidad o en la masificación. No hay duda de que lo que necesitamos es paciencia y frenar este ritmo vertiginoso, para no destrozar en pocos años lo que ha pervivido siglos.

Desde Vall Fosca, también hoy amenazado por un proyecto de gran desarrollo urbanístico, Susanna Castells exponía una novedosa explotación agropecuaria ecológica, basada en la trashumancia entre valle y montaña, que incluye la transformación y la distribución, con venta directa al público sin intermediarios a través de una cooperativa. Al integrar la elaboración del producto, así como la industria artesanal vinculada a la explotación ganadera, se consigue un valor económico añadido. Por otro lado, la ganadería y el pastoreo contribuyen a la conservación de los recursos naturales y el paisaje. Cerrando el tándem de proyectos en equilibrio con el entorno, Marie Louise Latorre explicó qué sucede al otro lado de la frontera, en el departamento de Hautes Pyrénnées, donde opuestamente a las macroinfraestructuras para la nieve, el desarrollo se centra en la artesanía, en PYMES y en pequeñas industrias de transformación, como de queso o miel, que aseguran un trabajo a lo largo del año, facilitando así el arraigo de la población.

Desde el público se alzan voces reclamando cuántos trabajos sería posible desarrollar en la montaña y cuántas más posibilidades habría sólo con que Internet (autopistas de la comunicación más que las que destrozan hábitats) llegara a los pueblos.

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