Nano Sánchez Grassa y Jess del Cerro Mellano, montañeros experimentados en ascensiones en el Himalaya, Los Andes, Alpes y Pirineos culminaron en estas fechas una nueva y peculiar expedición. El primer sábado de diciembre ascendían al pico Anayet para iniciar una permanencia en altura, en defensa de las montaña de Aragón. Establecieron un vivac en el que permanecieron 9 días. Su objetivo: Llamar la atención sobre el impacto negativo para la montaña aragonesa de los proyectos de la empresa ARAMON (Nieve de Aragón) tanto en lo concerniente a la construcción de nuevas estaciones de esquí como en lo relativo a proyectos de construcción de grandes urbanizaciones en el entorno de las estaciones.
El propio Anayet y un pequeña área de su contorno están incursos en un proyecto (hoy detenido) de Plan de Ordenación de los Recursos Naturales previo a la declaración de «Parque Natural». Sobre este espacio se ciernen graves amenazas inmediatas, tanto en invierno como en verano. Por una parte, la expansión de las obras de ampliación de Formigal-Espelunciecha a territorio contemplado en la futura demarcación del Parque. Por otra, el devastador proyecto de «unión de estaciones» a través de Canal Roya. En pocos parajea como en el Anayet se escenifica, con tanta crudeza, la amenaza para nuestras montañas. Maribel Martínez es, en esta ocasión, la portavoz de la Plataforma en Defensa de las Montañas y dedica estas palabras a Nano y Jess.
«Estos días me han preguntado en numerosas ocasiones que es lo que lleva a dos personas normales y corrientes, trabajadores, amantes de la montaña a subir a la cima del Anayet y permanecer allí acampados durante nueve días. Muchos pensarán que son dos locos que ponen en peligro su salud e incluso su vida por una causa que en su opinión no tiene mucho futuro. Otros pensamos que demuestran con esta iniciativa un coraje y una valentía de la que la mayoría carecemos.
Defender aquello en lo que se cree, bajo condiciones tan adversas, con una convicción y una voluntad como la que han demostrado Nano y Jesús con su acción es para quitarse el sombrero. Con cada día que han pasado en la cima del Anayet en el Pirineo Aragonés, soportando ventiscas, temperaturas bajo cero y vientos de más 100 k/h, nos han demostrado la fuerza de aquello en lo que creen y los motivos que les llevan a estar allí, es decir la defensa de las montañas y la petición nuevamente a las Cortes aragonesas de una Ley de Protección de las Montañas mediante una iniciativa que lleva recogidas más de 16.000 firmas
Su estancia en el Anayet tiene como objetivo denunciar la sinrazón de la política medioambiental del Gobierno de Aragón, al que no parece importarle lo que le sucede a nuestras montañas. No solo no le importa sino que en muchos casos es participe de los daños que se les infieren. Las montañas que son seres vivos, ecosistemas llenos de animales y plantas no pueden defenderse ante los embates de ese mal llamado progreso que consiste en hacer más y más estaciones de ski, urbanizaciones o campos de golf. Luego esas estaciones se amplían aunque tengan una viabilidad en un futuro próximo más que discutible. Se construyen carreteras que llegan hasta las mismas cimas de nuestras montañas más emblemáticas, so pretexto de llevar a los esquiadores con el menor esfuerzo posible. Se gastan ingentes cantidades de agua que no sobra en muchos pueblos para los cañones de nieve.
Estamos nuevamente en un año de sequía, la nieve no acaba de llegar y las recomendaciones de los expertos ante las amenazas del cambio climático parece que no hacen mella. Ante tanta agresión, estos “dos maravillosos locos” nos ofrecen otra visión de las montañas. Desde su privilegiada atalaya nos cuentan las bellezas que se divisan, los picos que cada mañana les saludan, los animales que hasta allí llegan, los montañeros que les visitan, las gentes que desde la lejanía les animan y les envían cariño y calor para que se sientan arropados en su permanencia.
Ante tanta belleza, ellos se preguntan, nos preguntan: ¿Cómo somos capaces de destrozar, ni siquiera de hollar estos santuarios con esas enormes cicatrices que obras como las ampliaciones de las estaciones hieren nuestras montañas? Todos deberíamos preguntarnos si vale la pena acabar con algo que en definitiva nos pertenece a todos, que es parte de la herencia que dejaremos a nuestros hijos, por unos beneficios económicos que irán a para a unos pocos, dejándonos a los demás huérfanos de uno de los lugares más amados por los aragoneses».