Pirineo enladrillado

Porque, en efecto, tanto la Diputación General de Aragón, promotora de esta descabellada operación, como el Ayuntamiento de la población de Sallent de Gállego, ente destinado a tramitar la recalificación de las ecológicas y silvestres hectáreas rústicas que albergarán los futuros adosados, avalan, defienden y publicitan sin el menor rubor dicha operación urbanística. La herramienta promotora de esta orgía de ladrillo en un paraje declarado como Reserva de la Biosfera no es otra que Aramón, una sociedad pública donde están representados, creo, todos los partidos políticos que en las Cortes de Aragón son.
No puede comprenderse cómo el presidente de la DGA, político, en principio, sensible a las cuestiones medioambientales, ha dado el visto bueno a una gigantesca promoción que alterará profundamente el equilibrio del valle, masificará la estación de Formigal, disparará los precios del suelo, del metro construido, sin que vaya a aportar otra cosa que fealdad, ruido, suciedad, incomodidad, carestía y, eso sí, suculentos beneficios para la construcción y el negocio inmobiliario.
No puede comprenderse cómo, en lugar de planificar el Pirineo, la montaña, la nieve, con cerebro y respeto, calculando con el máximo cuidado la más mínima intervención urbanística, e imitando los modelos que han funcionado en otros países, en Suiza, en Alemania, en Francia, operemos aquí tal que los tiburones de Benidorm. Sobre todo, teniendo en cuenta las innumerables chapuzas que se han llevado a cabo ya en la cordillera pirenaica, desde Jaca a Broto, desde Villanúa a Panticosa, desde Benasque a Biescas.
La solución para este paraje privilegiado, que es nuestra principal riqueza natural, no puede pasar por encementar colmenas de hoteles y de pisos de protección oficial (la manta que todo lo tapa), sobre maravillosas laderas con vistas al cielo; precisamente esas laderas vírgenes, rústicas, holladas sólo por los amantes de la naturaleza, por los senderistas y por los cuatro sarrios que todavía escapan a los torneos de caza y a la presión humana, son nuestro mejor patrimonio. Allí, en la Peña Foratata, por ejemplo, debería estar estrictamente prohibido no ya construir adosados y abrir tiendas de esquí, sino hasta pisar esa alfombra mágica cuya visión nos reconcilia con el esplendor de la naturaleza.
Criticamos a murcianos y a valencianos por estar convirtiendo la costa mediterránea en un balcón de intereses, en especulación pura y dura. Pero aquí, con nuestra reserva ecológica, llevamos el mismo camino, y de la misma forma acabaremos pronto con el patrimonio natural heredado. Una urbanización llamará a otra, una recalificación a la segunda, hasta que el país pirenaico se transforme en un gran centro de ocio y negocio, en una mina de oro, y en un basural.
El progreso no siempre es benéfico.

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