Existe una peculiar manera de ver las cosas según las cuales Aragón tiene sólo dos alternativas: o languidecer bajo la más absoluta inacción institucional o someterse a frenéticos y absurdos proyectos donde se entierran sin medida ni control los recursos públicos; o sea, morir de hambre… o de indigestión. Vaya una alternativa más marciana.
Naturalmente lo contrario de la parálisis permanente que vivió está comunidad (y no digamos su capital) bajo gobiernos anteriores no puede ser el gasto compulsivo y a veces sin sentido que venimos soportando en los últimos tiempos. El desarrollo, el progreso, la modernización o como lo quieran ustedes llamar no consiste en lanzar aparatosas ocurrencias que chupan el dinero del común como avarientos vampiros pero que no aportan beneficios sustanciales. Las motorlandias y otras virguerías similares solo les arreglan el cuerpo a quienes dirigen su gestión (sinecura que obtienen casi siempre gracias al clientelismo partidario) o a las grandes constructoras que se forran con las contratas y sus habituales desvíos presupuestarios.
Me niego a pensar que con casi cuarenta mil millones de las antiguas pesetas (que es lo que al final costará la broma… como mínimo) lo único que podía hacerse en Alcañiz y su comarca es una desmesurada Ciudad del Motor cuya rentabilidad está (y estará) bajo cero. Como no es normal que comarcas aragonesas abandonadas durante decenios se encuentren ahora con ínversiones tan súbitas como descomunales asociadas a iniciativas insostenibles. ¿Qué se les ha ofrecido año tras año a los habitantes del valle pirenaico de Castanesa? Nada. Y ahora, de repente, llega Aramón a pegarles un cañonazo de cuatrocientos millones mediante una operación básicamente inmobiliaria el grueso de cuyas plusvalías ni siquiera se quedará allí. Qué bonito.
No, amigos, entre el quieto parao y el ¡aibaibaiba! debe haber un margen para el sentido común, el verdadero progreso, la sostenibilidad y los intereses sociales. Viajen un poquito, observen y verán a lo que me refiero. Que aquí resulta demasiado fácil usar la pólvora del contribuyente en locas aventuras. O pararse y no hacer nada.