A menudo nos encontramos con problemas que están mal planteados, que perjudican nuestro futuro, pero que somos incapaces de reorientar. El sistema nos ha hecho creer firmemente en reglas intocables que anestesian nuestra opinión. ¿Se atreve alguien a exigir a un contaminador que no deje de serlo si nos amenaza con eliminar puestos de trabajo?
¿Existen las licencias para hacer daño? Aparentemente, sí. Sólo hacen falta dos requisitos: la ausencia de escrúpulos y la amenaza de despedir a los trabajadores. Hay ejemplos en casi todos los sectores y, tras muchos años, no se ve una solución clara en el horizonte. Es difícil entender que algunas industrias, por ejemplo, provoquen muchos días una niebla tóxica en zonas del bajo valle de Tena, incluidos sus pueblos y urbanizaciones y hasta el propio Sabiñánigo. O casos equiparables en Monzón y en otras zonas con gran implantación de industria química y no química. Algunas de estas emisiones pueden dañar la salud por su contenido de mercurio y, aunque la Unión Europea había planificado acabar con estas prácticas en 2007, parece que no será hasta el año 2020, según acuerdos entre las fábricas y el Ministerio de Medio Ambiente. El único obstáculo para arreglar esto es económico, o sea, el beneficio de los propietarios de las empresas poco respetuosas, que amenazan con cerrar. Se podría responder que, en un Aragón con pleno empleo, podría hacerse un plan de reconversión a una industria con más futuro.
En el sector agropecuario, la producción masiva de porcino no se queda atrás. Dejando aparte los productores que miman el producto final y los procesos para no contaminar (que se merecen todo el reconocimiento), es necesario plantearse qué ventajas reales aporta a Aragón criar millones de cerdos, para empresas cárnicas de otras regiones, si es a base de utilizar técnicas intensivas con piensos medicados, sin imputar al coste de producción el tratamiento de purines, ni una correcta gestión medioambiental. Así, es posible consiguen carne a precio muy barato, porque lo que se ahorran en prevenir la contaminación las empresas mayoristas que utilizan esos métodos lo paga Aragón. Según nos repiten, unos cientos de familias viven de ello. Tabú. Pero hay que pensar en el problema de que los pueblos no puedan beber de sus acuíferos tradicionales porque se contaminen de purines que algunos vierten incontroladamente en ríos y en parajes de gran valor. Hay muchas alternativas para mejorar esta situación. Sólo hace falta coraje para plantearlas.
Otro frente es la industria extractiva de materiales autóctonos como el alabastro. Somos los mayores productores mundiales de alabastro pero la cruz es el desgarro del territorio. Una mirada al paisaje a ambos lados de la carretera Zaragoza-Alcañiz, sobre todo si uno se adentra por alguno de los caminos, deja ver miles de hectáreas arrasadas con ‘bulldozer’, para arrancar el alabastro, sin reponer luego el terreno a un estado natural, lo que daña la frágil capa de suelo fértil, causando erosiones profundas, alterando los hábitats, y destruyendo el paisaje. Teruel todavía existe, a pesar del esfuerzo de algunos por acabar con ella. ¿Por qué no ejecutar un plan de restauración? ¿Qué podemos perder si exigimos que cuiden un poco nuestro Aragón?
A veces, la construcción y los servicios se escudan en la protección del «Homo pirenaicus» para hacer operaciones de alto impacto ambiental. Nos explican que, en tal pueblo (en el cual no hay paro y viven dos docenas de personas en edad de trabajar), hay que hacer una intervención turística con cientos de viviendas y varios hoteles. El argumento es conocido: mantener la población rural y evitar la emigración; lo primero es el hombre pirenaico. Nada que objetar si se respetase el entorno y se hicieran las cosas bien. Sin embargo, con frecuencia se crean estos complejos de bloques de seis alturas en laderas en medio de la nada, sin depuradoras que puedan ser llamadas tales, sin adaptarse a la orografía, haciendo desmontes, muros y excavaciones nunca vistos en la montaña, construyendo pequeños Benidorm en paisajes de montaña que eran un valioso patrimonio, repitiendo errores que ya casi nadie comete porque es matar la gallina de los huevos de oro.
Estos ejemplos nos deberían servir para revisar, ciertas indulgencias, permisos permanentes para hacer las cosas mal, que parecen disfrutar algunos sectores de actividad en Aragón. Es misión de la Administración establecer los mecanismos para corregir la situación. Dejar que las cosas sigan casi igual durante décadas perjudica nuestro presente y nuestro futuro. A ver si conseguimos resolver estos impactos en esta generación y podemos dejar a la siguiente algo no mucho peor que lo que nosotros heredamos.