Estivalidad
JOSE LUIS Trasobares 17/08/2004
En el corazón del verano suelen ocurrir extraños milagros institucionales, pues aunque los jefes andan por ahí disfrutando de un merecidísimo descanso y todos jugamos al despiste y a la bobería, los boletines oficiales y las actividades públicas y privadas siguen su marcheta. Se hacen licitaciones, se inician obras, se ejecutan derribos… Como es bien sabido, en bastantes casos de lo que se trata es de perpetrar alguna jugarreta con estivalidad y alevosía, o en todo caso de sacarse de encima algún asunto engorrosillo.
Prodigioso ha sido el derribo de dos chalets en el paseo de Ruiseñores. En días, casi en horas, los echaron abajo, aplanaron el terreno y uno podía creer que ambas edificaciones habían sido abducidas por los extraterrestres pues su desaparición fue visto y no visto. Más complejo habrá de ser esa genial idea para retocar una vez más el plan urbanístico de Zaragoza y poner viviendas (por si la Expo) en unos suelos que estaban destinados a zona verde y equipamientos. Y lo que ya no sé si es estivalidad , alevosía o algo peor es la ampliación de Formigal y la consiguiente destrucción de Espelunciecha, contra lo cual andan movilizados los ecologistas estos días, pero que provoca a quienes suben al Pirineo y contemplan las obras en directo un inmenso agobio y una total perplejidad: ¿Pero protege alguien el medio ambiente en esta comunidad?
En fin, no sigo con la matraca, que para eso estamos de veraneo y en plenos juegos olímpicos. Que por cierto no se les están dando bien a nuestros deportistas. Como dice un colega mío, de momento sólo tenemos la medalla de oro y la otra de plata que obtuvo ayer la tiradora vasca. ¿Qué medalla de oro?, pregunta todo el mundo ante semejante reflexión. La de Aznar, contesta muy serio mi cuate. Ni ésa, apostillo yo. Que la condecoración del Congreso USA la tenemos pagada, pero aún no se la han dado al ex-presidente. A lo mejor la logra uno de estos días al amparo de la estivalidad .
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¿Dónde ir? (y II)
JOSE LUIS Trasobares 12/08/2004
Les aseguro que hay ciertas ventajas del veraneo civilizado que se pueden encontrar también en destinos de los llamados exóticos. Así existen ciertos enclaves caribeños (me estoy acordando ahora mismo de Bocagrande, junto a Cartagena de Indias) que no le envidian en cuanto a fealdad arquitectónica, desmadre urbanístico y suciedad a la murciana Manga del Mar Menor. Y ahí tienen ustedes las playas de la moruna Jerba, la tunecina isla en la que los turcos nos la pegaron bien pegada allá por siglo XVI, donde bajo la fina arena prolifera el chapapote todos los días del año (los hoteles dejan en el cuarto de baño unas toallitas con disolvente para que los turistas se quiten el alquitrán de la planta de los pies). O sea, a todo lujo.
Sé que por otro lado hay personas que vinculan el desarrollo y la modernez al uso masivo de hormigón y asfalto y la destrucción de todo espacio natural que se ponga a tiro (la naturaleza se les antoja sosa y atrasada, una muestra de subdesarrollo). Esta gente a la que me refiero ansía llegar en coche a cualquier sitio que se deba visitar porque odia desplazarse a pie, y más si hay cuestas. Para quienes estén en tal caso, este verano cabe recomendar un bonito periplo por el Pirineo aragonés. El valle de Tena o el de Benasque están preciosos con todos sus apartamentos y sus chandríos. Pero es obligado subir a Panticosa, admirar los terrenos donde pronto se levantaran ¡dos mil apartamentos! y visitar las obras de ampliación de Formigal, para contemplar cómo más de un centenar de enormes volquetes y excavadoras convierten la insulsa alta montaña en futuro dominio esquiable, aparcamientos, telesillas y otras maravillas técnicas. ¡Ah! y ya saben que gracias a los arrastres de las estaciones de esquí es posible este verano alcanzar directamente las cimas desde los mismos aparcamientos. Sin dar un paso, sin fatigas y sin correr el riesgo de pisar boñigas de vaca. ¡El sueño del automovilista!
Se lo dije: está chupado.