Cuando se ha unido la vida voluntariamente a la experiencia de estas calidades, cuando se han indagado, sorprendido, retenido y enseñado sus secretos a lo largo de más de medio siglo ya no se sabe qué es de uno lo que en la vida se contiene y lo que viene de fuera regalado.
Cuánto tengo de Pirineo en mí mismo, cuánto soy esta montaña. Cuánto de nosotros es el paisaje elegido.
Por eso, cuando algo rasga la montaña me dan, tal vez de lejos, un zarpazo a mí mismo. Son daños físicos, objetivables, a estas praderas o aquellas casas, a tal valle o determinada cabaña.
Pero son a la vez dolores subjetivos por pérdidas de cosas queridas que jamás quisimos tener en pertenencia. Por laderas libres y bosques que viven en sus mundos propios aunque pertenezcan a mis sueños.
Cada vez que matan un átomo de esta belleza algo muere en nuestro interior para siempre. Cada vez que eso ocurre una ráfaga de tristeza, rabia y rebeldía nos sacude y quisiéramos tener durante un segundo el don que recobra lo perdido y devuelve a la montaña la grandeza anterior a su maltrato.
Hemos contraído así una deuda de fidelidad con estas peñas y estos ríos. Somos responsables de darles voz si sufren, de defenderlos si los atacan, de reanimarlos si los aturden, de lavarlos si los ensucian.
Una red de intereses que extiende su sombrío tejido por todos los suelos también ha llegado aquí rompiendo, desordenando y dejando malparados los lugares que eran intocables.
Esa red sigue extendiéndose por el territorio sin freno ni voluntad para ello en quienes podrían reconducirla. Hay quienes la fomentan y quienes la practican, quienes usan sus facultades para propagarla y quienes se benefician personalmente con ella, de un modo o de otro. Hay, pues, responsables. Económicos, políticos, sociales y culturales.
Este proceso ha atraído como el aroma de una presa a predadores diversos, ha introducido el interés por el dinero fácil y ha llevado consigo la sombra de la discordia.
En lugares que se van extendiendo, en el retiro de la vieja montaña se ha desgarrado el sentido de la armonía y de la permanencia y ha entrado el soplo que hiere los paisajes y divide a las personas. La busca de lo rentable que no está aquí conduce a extirpar lo valioso que sí está aquí. Y a sustituir con daño irreversible la bonanza por la tormenta.
Nosotros no queremos la discordia: queremos que el Pirineo sea lo que es. Valoramos sus calidades y desvalorizamos a sus sustituciones sin identidad ni excelencia.
Nos pronunciamos en contra de lo que hace decaer los valores de la montaña. Nosotros reaccionamos ante la ruptura del estilo y el fondo del Pirineo porque sabemos lo mucho que se pierde y porque amamos profundamente lo que aquí hay. Y lo hemos venido haciendo desde mucho antes de que llegaran estas opacas corrientes de crecida, como el torrente que se sale de madre, y los promotores que han abierto la compuerta y no escuchan sino el tintinear de su bolsillo.
Por eso me reúno con vosotros, pese a no poder hacerlo materialmente, a través de una cuartilla. Por el conocimiento de lo que vale verdaderamente, por la pasión hacia esos valores y por la convicción de que es necesario decir aquí en voz alta lo que todos pensamos para espantar la duda, el falseamiento y el silencio.
Hemos hablado del pasado y del presente. Pero ahora hemos alcanzado el punto de referirnos al futuro. Todo lo que se haga desde ese momento tiene que ir encaminado a la consolidación del logro de la defensa del Pirineo con pasos decididos y materias concretas.
Los hechos han cambiado desde hace un año cuando presentamos aquí el proyecto de la ley de la montaña. No sólo los promotores y sus valedores avanzan como si no fueran con ellos ni palabras ni acciones. También hemos avanzado nosotros.
Se firmó el documento presentado en el Portalet sin tardanza por el doble de los compromisarios necesarios y, tras su incalificable desprecio formal por quienes desconocen que se deben a los ciudadanos, se reclamó de nuevo su propuesta multitudinariamente hace una semana y siempre por medios democráticos, los medios en que nosotros sí creemos.
El Pirineo hoy está, por tanto, respaldado y, por ser leales a la montaña y a sus respaldos, hemos de proponer y desglosar un modelo diferente con directrices específicas. Ahora tenemos que construirlo con las palabras e influir con ellas.
El modelo de quienes intervienen dañinamente en el Pirineo está oculto porque incluso para ellos sería demasiado crudo mostrarlo. Nosotros, en cambio, sí podemos enseñarlo hasta su último renglón.
Esta será nuestra labor inmediata: demostrar con el caso concreto del Pirineo que podemos construir un patrón de futuro. Un patrón basado en el principio de que, hoy, el verdadero progreso sólo existe si está firmemente fundado en el respeto al legado cultural y a la naturaleza.