Temperaturas máximas que pueden aumentar de 2 a 4 grados centígrados (en el peor de los escenarios); un manto nivoso reducido a la mitad a 1.800 metros de altitud; más periodos de sequía en verano y lluvias más intensas en otoño; concentración de las precipitaciones en episodios de unas pocas horas, con riesgo de inundaciones; reducción o extinción de especies endémicas como la perdiz nival o el tritón pirenaico; adelanto de las migraciones de las aves (dos días por década); o la práctica desaparición de los glaciares y alteración de los ibones.
Este es el panorama que dibuja, para el horizonte del año 2050, el informe ‘El cambio climático en los Pirineos’, presentado esta semana. Elaborado por más de 100 expertos de España, Francia y Andorra, realiza distintas proyecciones, que en algún caso alcanzan hasta finales de siglo, con recomendaciones a los sectores económicos y a la sociedad, en general, para que se vayan adaptando.
¿Cómo se pude decir que nieva menos, si el último invierno no paró y los neveros cubrieron la alta montaña hasta bien entrado el verano? Precisamente, los expertos apuntan a la variabilidad como un indicador. «Esto también forma parte del cambio climático. Hace unos días nevaba y ahora pasamos calor», apunta Juan Terrádez, técnico del Observatorio Pirenaico del Cambio Climático y coordinador del informe, quien precisa que hay evidencias empíricas de la subida de temperaturas, pero «solo mirando a largo plazo y con muchas series históricas se identifican tendencias».
Los científicos no quieren dar la impresión de tener en sus manos una bola de cristal, por lo que hablan de un futuro «muy incierto». El impacto local, explica Terrádez, dependerá de «hasta qué punto somos capaces, globalmente, de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero», de ahí que el informe plantee escenarios más y menos pesimistas en el Pirineo, un laboratorio del calentamiento del Planeta, que sufre más sus consecuencias (los glaciares son excelentes centinelas) pese a que no emite gases.
Lo que es seguro es que las repercusiones potenciales afectan a todos los campos, desde el ámbito biofísico a los sectores sociales y económicos. La biodiversidad está amenazada: especies de fauna y flora endémicas, algunas icónicas como el tritón o la perdiz nival, se desplazarán a altitudes mayores con el riesgo de quedar aisladas en espacios muy pequeños y ser más vulnerables a la extinción. También se describen alteraciones en el paisaje, con ‘daños colaterales’ en el turismo: la matorralización de los prados altos, agravada por el abandono del agropastoralismo y la despoblación; y la pérdida de elementos icónicos, con el deterioro de turberas e ibones y la desaparición de los glaciares del Pirineo, los más meridionales de Europa (en 35 años se han perdido la mitad). «Va a ser muy difícil pararlo», advierte Terrádez.
El calentamiento global tiene igualmente una repercusión directa en el ciclo hidrológico y los recursos hídricos, en forma de estiajes más intensos y efectos en la calidad de las aguas y su disponibilidad. El sector agrícola es sensible a las sequías, pero también el hidroeléctrico, que verá reducida su capacidad de producir energía en momentos del año donde la demanda se dispara por el aire acondicionado.
Por su importancia en la economía de montaña preocupa especialmente el turismo de invierno. Se constata la reducción de días esquiables (el inicio de la temporada se retrasa entre 5 y 55 días en las estaciones a baja cota y entre 5 y 30 días en las de cotas medias, según el informe) o el ascenso de la línea de acumulación de nieve.
Una de las herramientas que tienen en su mano los centros invernales son los cañones de innivación, aunque también necesitan determinadas condiciones de frío y humedad. El problema son las cotas bajas.
Por eso, señala el director técnico de Candanchú, Abraham Bartolomé, «intentamos potenciar la producción de nieve en estas zonas y estamos en proceso de desarrollo e implantación del ‘snowfarming’». Este sistema, consistente en apilar la nieve que queda de la temporada invernal y cubrirla con un material aislante para reaprovecharla en otoño, se ha probado este año «con éxito». Es una de las mejores soluciones a corto plazo, asegura, y en próximas temporadas se mejorará. «La cota de nieve ha subido, es un tema que nos preocupa a todos los que trabajamos en el sector y estamos desarrollando técnicas para solventar este problema», añade Bartolomé.
El informe del Observatorio, según su coordinador, no pretende pintar un paisaje apocalíptico, también destaca consecuencias positivas. «Hay que adaptarse para reducir los impactos negativos, pero también saber aprovechar las oportunidades emergentes», afirma Juan Terrádez. Si hay más olas de calor en el llano, el turismo de playa se decantará por lugares con veranos más suaves. Y cultivos como la vid o el olivo también salen beneficiados al poder explotarse a mayor altura. Como señala el propio informe, este aspira a ser un documento de referencia para que técnicos y políticos, el sector empresarial y en general toda la sociedad tomen sus decisiones sabiendo lo que está por venir.
El número de días con heladas en los Pirineos ha disminuido. Esto es una oportunidad para emprendedores como Pilar Gracia y Ernest Guasch, dueños de la bodega Bal Minuta y de las viñas más altas de la Península (entre 1.200 y 1.340 m), ubicadas en Hecho y Barbenuta (Biescas). «Nos metimos en esto porque somos conscientes del cambio climático», dice Pilar.
Ambos estudiaban Enología en 2006 cuando oyeron hablar de los viñedos en altura, lo que unieron a su vinculación con el Pirineo y al interés por encontrar alternativas al turismo de esquí. «El día que no haya tanta nieve, tendremos que hacer otras cosas. Además, hay muchos terrenos abandonados que se pueden recuperar». La novedad del proyecto consiste en plantar en una zona térmica fría. «La única helada que hemos sufrido es la que afectó a todo el país en 2017», afirma Pilar. En la época de nieve, las vides están en reposo invernal y resisten hasta -17 grados.
A más calor y más sequía, se incrementa el riesgo de grandes incendios. José Manuel Nicolau, profesor de Ecología de la Politécnica de Huesca, cree que al cambio climático se añade el asilvestramiento de los montes por el despoblamiento rural. «La gente no hace leña y se han abandonado muchos pastos». Pone como ejemplo el incendio declarado en Aneto en 2013, en una época inusual, el 6 de enero, que incluso sorprendió a la DGA sin apenas medios de extinción. El gran fuego de Castanesa, en el mismo municipio (Montanuy), también sucedió fuera del verano, en marzo.
Nicolau destaca otro problema asociado a la sequía, el decaimiento de las masas forestales, que las hace más vulnerable a plagas como la procesionaria. «La idea que es necesario transmitir es que se combina el cambio climático con el de los usos a consecuencia de la despoblación. Estos son los principales factores que producen alteraciones en la naturaleza. Y esto va a seguir», alerta.
El informe considera «altamente probable» un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos en los Pirineos: olas de calor y frío, sequías prolongadas, lluvias intensas… Algunos también están relacionados con el fenómeno de la deforestación o el cambio de usos del suelo. La variabilidad del tiempo tiene consecuencias, en forma de aludes más frecuentes (se incrementan los de gran magnitud), deslizamiento de terrenos y desprendimiento de rocas, como los vividos en el último año en las carreteras.
Emilio Leo, jefe de Protección Civil de la subdelegación del Gobierno en Huesca, recuerda que el cambio climático «lo tenemos aquí desde hace tiempo», y no exento de «incertidumbres y contradicciones». Los técnicos de Protección Civil tendrán «más trabajo», dice, porque «los fenómenos meteorológicos ya no responden a unos patrones». Él incide en la prevención, en «tener cuidado con el uso de los suelos, evitando edificaciones cerca de los cauces».