Hace tiempo que se sabe que el cambio climático no es un problema que pertenece en exclusiva al ámbito de la ecología. El brusco calentamiento del planeta va a tener tremendas consecuencias en la agricultura, la ganadería, el turismo y el desarrollo urbano. Es decir, estamos ante un problema económico de primera magnitud que afectará a sectores muy diversos y provocará grandes movimientos de población. Esta semana, por ejemplo, hemos conocido las funestas previsiones para el turismo de invierno vinculado a la nieve, que como consecuencia de la subida general de las temperaturas, va a sufrir un fuerte retroceso, tal vez irreversible.
El Congreso Mundial de Turismo de Nieve y Montaña, celebrado en Andorra, ha concluido que una subida media de temperaturas de 1,8 grados hará perder a las estaciones de esquí unos 40 días de actividad por temporada, con lo que dejarán de ser rentables. En el Pirineo, donde la base de las estaciones está muy por debajo de los 2.000 metros, esta predicción es especialmente dramática, hasta el punto de que podemos estar en la antesala de la desaparición o, al menos, de la condena al raquitismo, de uno de los sectores que ha animado la economía de las zonas de montaña, poco pobladas y donde es difícil fijar población joven.
¿Qué podemos hacer ante esta catástrofe anunciada? Primero, apoyar las políticas que luchan contra la aceleración del cambio climático. El control de la emisión de gases de efecto invernadero, el buen uso del agua y la protección de las escasas zonas glaciares son ya una prioridad. Pero, además, el sector del turismo de invierno debe buscar rápidamente alternativas para hacer atractiva la montaña aunque falte la nieve. El senderismo, los deportes de aventura o el simple disfrute de la naturaleza son grandes atractivos de las zonas pirenaicas o alpinas. Convertir ese polo de atracción en una industria turística rentable es el gran desafío.
Las comarcas pirenaicas tienen una buena infraestructura hotelera y de apartamentos de segunda residencia. Pero sin la nieve, tanto la hostelería como la construcción perderán atractivo. A no ser que entre todos sepamos vender unos espacios naturales insólitos. El turismo de montaña no puede y no debe ser masivo. Pero reúne los ingredientes suficientes como para hacer viables muchos proyectos económicos que den un servicio atractivo y sean a la vez respetuosos con el medio natural.