Hasta los más adictos al esquí (mayoría en el acto) se miraron entre sí estupefactos. Nadie en su sano juicio podía imaginar que en estos precisos momentos, cuando no hay dinero ni horizonte estratégico, nuestra amada jefa se tirase a una piscina que todos sabemos vacía. Aunque a lo mejor lo hizo para animarnos, que estamos muy alicaídos los aragoneses.
Por prometer, que no quede. A estas alturas nadie sabe muy bien cómo y por dónde se unirían las estaciones (¡el dominio esquiable más grande de Europa!), ni hay estudios de impacto medioambiental, ni se ha iniciado la tramitación administrativa del proyecto… ni, por supuesto, disponemos del dinero suficiente para meternos en tal empandullo. De los efectos del cambio climático y la previsible falta de nieve no hablo ya, para no confundir a quienes seguramente estarán maravillados porque hoy… sí nieva.
Del famoso telecabina lo ignoramos todo. Unos canadienses hicieron una especie de anteproyecto que presupuestaba en algo más de cuarenta millones el coste de la infraestructura. Den por seguro que (como ha ocurrido siempre) la cosa se iría con facilidad al doble, o más. Tendría que ser dinero público, claro, porque Ibercaja, la otra parte de Aramón, ya no está para cuchufletas. El esquí es una actividad altamente deficitaria, que ha dejado un agujero considerable en las arcas públicas. Incrementar ese déficit parece suicida en estos momentos, cuando los recortes están liquidando los servicios públicos más esenciales.
El Pirineo, sumido en su particular crisis tras la ruina inmobiliaria, necesita algo con más futuro que seguir metiendo en la nieve la mayor parte de la inversión pública. Un telecabina por Canal Roya o por Izas es un atentado medioambiental y un despilfarro sin sentido que ofende la experiencia y la inteligencia de los aragoneses.