Blanco benidorm

Nos despertábamos la semana pasada bajo la pesadilla de una anunciada urbanización en Peña Foratata, en Sallent, cerca ya del cielo; y, ahora, también en el terreno de los malos sueños, se nos informa de nuevos proyectos para explotar la nieve.

Ideas, propósitos, ladrillos que, como esa promoción en la Reserva de la Biosfera de Sallent, parten de un organismo público, Aramón, encargado de gestionar algunas de las estaciones aragonesas de esquí, para, supuestamente, transformarlas, mejorarlas y –dicen sus gestores, entre los cuales los partidos políticos– adaptarlas a las necesidades de los nuevos tiempos.

Pero dicha sociedad pública, en lugar de planificar con tacto y previsión sus futuras actuaciones, parece haber entrado en el supermercado de la nieve cual elefante en cacharrería, y no hay ladera ni pico, pradera ni reserva biosférica que se le ponga por delante si de edificar adosados y ampliar telesillas se trata.

A Peña Foratata se unen ahora, en los planos y planes de Aramón, entre la especulación y el progreso, las estaciones de Javalambre y Valdelinares, que exigen, al parecer, según sus inquietos conservadores, nuevas ampliaciones e inversiones.

Ha tenido que ser, paradójicamente, otro organismo público, el departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón, el que eche el freno o aminore la velocidad de crucero de estos ejecutivos del hielo que parecen haber descubierto en el Pirineo, y en las sierras turolenses, una mina de oro a explotar de inmediato. Hay que dar por supuesto que dicha explotación, para revelarse rentable, exige nuevas pistas, nuevas urbanizaciones, nuevos hoteles, aparcamientos, pistas de esquí de fondo, de trineos, más algún centro comercial para abastecer a tanto residente y turista… pero, ¿que hay de la ecología?

Queremos, entonces, según Aramón, que nuestras estaciones se colmen de nuevos contingentes de esquiadores, cientos, miles de ellos, todos concentrados en Navidad, en los puentes, en la Semana Santa; todos juntos, haciendo cola frente a las cabinas de expedición de tickets y alquiler de material; todos juntos, uno tras otro, ascendiendo con paciencia por las pequeñas carreteras que hasta hace poco se recorrían a lomo de burro, y que ahora dan servicio a una avalancha de aficionados.

Queremos, según Aramón, que los valles del Pirineo se transformen en una cementada, en un Benidorm sin mar, en un emporio turístico a millón el metro cuadrado; y que el paisano, privado del negocio ganadero, sin otro horizonte que el de sobrevivir en el frío, se recicle en el gremio de la construcción.

Yo no sé si estos señores de Aramón, para compensar la censura de la consejería medioambiental, cuentan con la aquiescencia de alguna autoridad del patrimonio natural; si, además de a la voracidad de los Ayuntamientos vecinos, resultan sensibles a las voces que reclaman un Pirineo limpio, una montaña tranquila, despejada, sin coches ni centros comerciales. Quizá tengan razón, innatamente, y no precisen consultar para levantar su blanco Benidorm.

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