¡a mí, que me registren!

Según se dice en el Gobierno de Aragón, puede que en La Muela se hayan producido delitos de naturaleza oscura e indeterminada, pero en lo que se refiere al urbanismo aquello está más limpio que una patena. Los planes a la carta, la ocupación por ciertas urbanizaciones de terrenos propiedad de terceros, la construcción del polígono Centrovía sin depuradora ni vertidos en condiciones… Todo legal. Los entendidos lo explican remitiéndose a la Ley del Suelo aprobada en tiempos de Aznar, que daba barra libre a los ayuntamientos para recalificar a tope.

Todo es posible, y lo que no es posible es probable y siempre verosímil. Llevo años sugiriendo que los grandes escándalos políticos y económicos que puedan emerger en Aragón se referirán sin duda a hechos y circunstancias que se han producido ante nuestros ojos, en largos y presuntamente legales procesos. No se trata solo de que aún no exista en esta comunidad el Tribunal de Cuentas o de que en las grandes instituciones (empezando por el Ejecutivo autónomo) proliferen las sociedades ad hoc apenas sujetas a controles públicos; es que además se ha impuesto una discrecionalidad absoluta gracias a la cual los jefes se pueden meter alegremente en tiberios como el deGran Scala, donde sombríos intereses privados, sociedades opacas y paraísos fiscales andan revueltos con protocolos institucionales, proyectos supramunicipales, presuntas expropiaciones e incluso con la propia acción legislativa. Con alegría.

No hay Ley de la Montaña, luego entrar a saco en el Alto Pirineo es legal. Los pequeños ayuntamientos deben gestionar un urbanismo cuyas reglas (¡ah!, ¿pero hay reglas?) exigen un asesoramiento técnico que prestan sociedades o profesionales contratados por los propios alcaldes. La planificación del territorio ha derivado en una especie de tócame Roque en nombre, eso sí, del progreso y el desarrollo. Hay Planes Generales de Ordenación (PGOU), como el de Zaragoza capital, que han sido tan retocados, resobados y recompuestos que nos los conocería ni el que los inventó.

¿Delitos?, dijo aquél. A mí, que me registren.

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