ACTA DE DEFUNCIÓN POR ESPELUNCIECHA.
Eduardo Martínez de Pisón.
Ya no escribiré más ni haré referencias a lo que habría que proteger en Espelunciecha: las máquinas han entrado en el valle y su paisaje es objeto de la dañina cirugía que estaba prevista en los planes de la empresa de obras.
No han podido esperar ni a que se quitara la nieve, como si se tratara de resolver un desafío o como si hubiera prisa en desfigurarlo para que no haya nada que conservar si acaso las cosas tomaran otro rumbo. Ya habrá poco que defender allí. Hemos perdido otro valle. En este momento todos somos, no sólo el lugar, algo menos de lo que éramos hace unos días.
Escribo ahora porque hay que levantar acta. El acta de defunción por Espelunciecha. Hemos dicho que a nuestro Pirineo le convenía extender la protección y acantonar el deterioro. Lo que se ha hecho es justamente la inversa: ampliar el deterioro y acantonar la protección.
Espelunciecha está casi rodeada por espacios protegidos: como un golfo, tiene al oeste el Lugar de Interés Comunitario europeo del Anayet, al este la Reserva de la Biosfera de la UNESCO de Ordesa Viñamala y al norte el Parque Nacional francés de los Pirineos. Sólo por el sur limita con un lugar deteriorado y urbanizado, la estación de esquí de Formigal, de patente propia. Por sus dos kilómetros de terreno podría haberse cubierto ese pequeño golfo de forma lógica en una figura cerrada de protección. Pero se ha elegido hacer lo contrario: lo que se ha extendido por él es la sombra del deterioro desde su límite con la estación y se ha acantonado la protección circundante a lo lugares donde estaba.
Se acantona, en efecto, la protección no sólo aquí sino en más casos llamativos: La Reserva de la Biosfera está desactivada en la práctica y ello puede llevar al bochorno de su descalificación próxima por la Unesco, porque el Comité MaB español no puede mantener esta ficción más tiempo. El Parque Nacional de Ordesa es de muy pequeñas dimensiones comparado con los Parques de los Picos de Europa o de Sierra Nevada o el Parque francés, pero nada parece que se haga por su cada vez más indispensable ampliación.
Y se extiende en cambio el deterioro no sólo aquí sino, como es sabido, en Cerler y en otras montañas. Y está previsto, en colisión evidente con la necesaria – pero frenada – ampliación de Ordesa, el asfaltado de una pista y la instalación de un teleférico en Bujaruelo. Recontemos los hechos y hagamos balance cualitativo de lo que cada día se supone ganado y de lo realmente perdido.
El estado de un paisaje es un implacable espejo de los hombres que lo cuidan o lo maltratan. Tal vez alguien desde dentro del sistema debería pensar y planificar una opción más refinada, una alternativa más cultural para el Pirineo que su entrega progresiva a un tosco turismo de hierro, cemento y multitudes.
Ojalá fuera la última vez que tuviéramos que recordar en este u otro asunto aquella ironía de Machado sobre quienes confunden valor y precio. He escrito sobre Espelunciecha por contribuir a conservar un paisaje querido, por él mismo y para los demás y no quiero ahora mostrar mi tristeza a los que no le concedieron el indulto. Como le gustaba decir también a aquel escritor, no he pretendido enseñar nada, acaso en un momento arar algún barbecho que me pareció olvidado, pero encontré en él y en la misma labor numerosas y excelentes personas. Para las próximas Espelunciechas ya sabemos que estamos juntos.