–De vuelta al trabajo, ¿tranquiliza que se hayan sentado las bases?
–Lograr un documento de mínimos viene a demostrar que con el debate se pueden solucionar muchas cosas y que cuando todos los actores se sientan a hablar se consiguen frutos en pocas semanas, más que en todos los años en los que se ha dado la espalda o se ha negado el problema. Son unos mimbres mejorables pero buenos para empezar a trabajar.
–Se logró más en un mes que en los últimos diez años.
–Pero es que había que reconocer el problema y el Gobierno de Aragón llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Si se hubiera hecho hace cinco años, ya estaría perfectamente regulado.
–¿Este era el gran escollo?
–Siguiendo el símil futbolístico, esto solo era la pretemporada. Ahora toca sentarnos a debatir. Se trata de facilitar al máximo el trámite parlamentario..
–¿En qué punto cree que se encontrarán más diferencias?
–Probablemente en el apartado de casos concretos, sobre todo en el tema Castanesa. El gran caballo de batalla puede ser el urbanismo galopante de lo que llamamos el modelo Aramón.
–¿Es esta la última ocasión?
–La última será cuando salga adelante la ley, porque vamos a seguir luchando. Y llega con retraso, porque debería estar aprobada hace tres años.
–¿Sería más decepcionante que fracasara esta vez?
–Dejaría por los suelos la palabra de quien se compromete a hacerla: el presidente Iglesias. Sería un engaño, no una decepción o una frustración.
–¿Cómo resumiría lo que le piden a esta nueva ley?
–Tiene que marcar unos límites, que aclare que no todo vale y que reconozca la importancia y singularidad de la montaña, sin poner en peligro el desarrollo de sus pueblos.
–¿Límites, al urbanismo?
–Bueno, en la práctica suele referirse a eso. Pero debería mantener lo bueno que tiene la montaña y paliar lo malo.