Hace muchos años pinché en la puerta de un armario en el que guardo mochila, botas, chubasquero y otros útiles desgastados por las montañas, un cartel pintado por Samivel con los puntos de la declaración de Kathmandú. Así, desde hace tiempo, cada vez que voy al monte lo veo. Lo tengo tan asumido que, en realidad, casi no lo veo.
Fue tan bueno que saliera de los mismos montañeros esa civilizada propuesta, generosa para su paisaje propio, que, desde que se redactó, me ha parecido el símbolo de la actitud honesta del alpinista. Ahora, al cabo de los años, cuando en mis montañas he visto tantos atropellos al paisaje secular y he observado cómo ciertos entes montañeros miraban a otro lado o incluso participaban activamente en esos desmanes, tal vez por opacidad en su sensibilidad o por interés compartido con los promotores de las heridas a las montañas o quizás por ambas cosas, he sentido una decepción inmensa. Tengo, sin embargo, mis ideales intactos, tanto sobre la montaña como sobre el alpinismo y hasta sobre los alpinistas, porque la primera lo sigue mereciendo, porque considero al segundo una de las artes más nobles que pueda ejercer un hombre y porque hay sobradas muestras de categoría extraordinaria en la mayoría de los verdaderos montañeros en éste y en muchos otros aspectos.
Al recordarme un amigo montañero, y que sí mira los hechos de frente sin compatir aquellos que dañan la montaña, que este octubre era el 25 aniversario de la declaración de Kathmandú he abierto la puerta del armario que guarda todas mis cordilleras y he releído punto por punto sus recomendaciones. Es como recibir una oleada de sensatez, de buen estilo; es escuchar una advertencia que se ha hecho más necesaria con los años. Hará pensar, no lo sé, en cuántos desvíos se han dado. Es hasta posible que su relectura haga rectificar algunos derroteros, aunque no parece probable. Este es un código de honor, sólo de honor, no obliga; es nuestra referencia moral claramente explicada, de la que se puede discrepar, cómo no, como de cualquier tabla de la ley; es fácil distanciarse de ella, incluso más que seguirla. Pero éstos son nuestros principios. En su momento fueron adoptados tácitamente por todos y, con el tiempo, nadie los ha discutido ni sustituido explícitamente por otros. Pero, si no queremos que sean sólo una ocultable referencia a nuestra hipocresía, tenemos que confrontarnos con lo que dicen. En la actualidad es más que conveniente un severo y auténtico examen de conciencia montañero frente al cartel de Samivel.
Como los examinandos, deberemos responder con sinceridad en nuestro fuero interno a sus cuestiones. De cara a nosotros mismos. Porque, realmente, ¿los montañeros somos conscientes y, sobre todo, estamos activos frente a la urgente necesidad de protección efectiva del ambiente de montaña y su medio? ¿Lo somos de que también, aparte de nuestros impulsos de penetrar y vivir en la montaña, su naturaleza, la que nos sirve de escenario y terreno, es decir, su roca, paisaje, flora, fauna y componentes naturales, en general, necesitan atención inmediata, cuidado e interés? ¿Participamos en la idea de que es una prioridad alentar las acciones ideadas para reducir el impacto negativo de las actividades del hombre en la montaña y emprendemos actos para cooperar en ello? ¿Nos hemos conmovido o hemos hecho algo cuando se ha violado la herencia cultural de nuestras montañas por la piqueta demoledora y la reconversión inmobiliaria y cuando se ha afectado, aquí o en un monte remoto, la dignidad de la población local? ¿Hemos animado a emprender acciones o las hemos llevado a cabo espontáneamente nosotros, donde era realmente necesario y grave, sin subterfugios ni salidas por la tangente, sin dar gato por liebre, para restaurar y rehabilitar el mundo de la montaña?
¿Nos hemos encerrado en nuestro cascarón, federación, localidad o provincia, autonomía o país, sin entrar en contactos entre los montañeros de diferentes lugares en espíritu de hermandad, de respeto mutuo y de paz? Más bien ¿no hemos participado en los más frecuentes estilos unas veces competitivos, huraños, hostiles, y otras cómodamente desinformados, desentendidos o incluso cínicos?… ¿Nos hemos preocupado suficientemente de que la información y educación para el mejoramiento de las relaciones entre el hombre y su medio ambiente deban estar disponibles en sectores cada vez más amplios de la sociedad? ¿Hemos entrado o salido, opinado, reflexionado y actuado en el hecho de que el uso de la apropiada tecnología para las necesidades energéticas, como la construcciones de embalses en los valles y aerogeneradores en las cumbres, y la correcta eliminación de los crecientes desechos por la urbanización de las áreas montañosas son puntos de interés inmediato? ¿Estamos en condiciones de asegurar que hemos hecho todo lo posible para recabar apoyo gubernamental y no gubernamental en materia de conservación a las regiones montañosas en desarrollo? Y finalmente, ¿no habremos aceptado o participado en que el estudio de las áreas montañosas para promover su apreciación y estudio no haya sido impedido a unos o acaparado por otros por consideraciones políticas? Algo sabemos de todo esto. Démonos un respiro y, si es preciso, cambiemos de itinerario, pero sin tardanzas, porque la montaña, la gran montaña, la representada por sus valores en peligro, no puede esperarnos más.
Amigos montañeros, repasad los términos de la declaración alpinista o desclavadla de vuestros corazones: protección, naturaleza, actividades negativas, herencia cultural, restauración, hermandad, educación, información, usos energéticos, urbanización, conservación, estudio imparcial, manipulación política.
Tal vez alguien se haya arrepentido ya de haber leído estas líneas, pero no es literalmente sino la vieja declaración de los alpinistas, aunque comprendo que formulada de modo quizás molesto para actitudes posiblemente permisivas con sus propias faltas. No nos engañemos más: si esto fuera una encuesta (tal vez fuera una buena idea realizarla pregunta a pregunta en los medios de montaña), son bastante previsibles los resultados que daría.