Carta de fin de año a los defensores de las montañas de aragón

Pero también hay que agradecer por su especial significado a la prensa libre que ha dado, contra cualquier presión, difusión veraz de los hechos y de las opiniones. E igualmente hay que reprochar los silencios en quienes los practican. Esto es fundamental, hasta tal punto que sin el apoyo de aquella prensa que ha venido permitiendo el conocimiento de los hechos al margen de instrucciones o de complicidades la indiferencia habría sustituido a la constatación, pues, cuando no hay prensa, el vacío es tangible, el frío del hielo se apodera de los problemas. La experiencia me ha enseñado, desde remotos días, que la Naturaleza necesita la difusión del conocimiento y de los problemas, del debate abierto, de la influencia en la sociedad. Necesita luz. Y su eclipse acompaña, en cambio, (lo más terrible son los silencios) a la insensibilidad y al riesgo de daño: la naturaleza necesita una voz. Si no, es muda. Vosotros, amigos, sois esa voz. Los guardianes de la voz.

Hemos asistido a avances y retrocesos, a emersiones de situaciones nuevas y también de antiguas amenazas que permanecían sumergidas. A aumentos de conciencia y a pérdidas de confianza. A una disminución del mutismo y a un incremento de la capacidad de deterioro. Es tiempo, pues, de conciencia abierta y de participación en el proceso de defensa de la naturaleza, lo que no es fácil, porque los actores del deterioro tienen ídolos muy generosos con ellos. Es una defensa difícil, con oponentes muy fuertes y tentadores. Pero no hay que cejar. En nuestro pesimismo optimista somos tenaces.

Me acojo, llegado a este punto, a un consejo estupendo que daba Scott Fitzgerald y que quiero compartir con vosotros. Dice así: “Una prueba de inteligencia es la capacidad de retener en la mente dos ideas opuestas a la vez sin perder la capacidad de funcionar. Por ejemplo: uno debería ser capaz de ver que las cosas no tienen remedio y, sin embargo, estar determinado a cambiarlas”.

En eso estamos.

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