Montaña: ¿fin de ciclo?

LA OPINIÓN I El patrón de actuación del último decenio en economía territorial ha sido agresivo. Pero este ciclo, que parecía sin límite, ha muerto. El futuro debería ser de otra manera. Por Eduardo Martínez de Pisón (*)

Lo que querían hacer ya lo han conseguido: han bloqueado en sus estrechos límites el único Parque Nacional de Aragón, han urbanizado todo lo urbanizable, han ampliado las estaciones de esquí derramándolas desde el perfil de las aristas a los valles vecinos y han logrado que incluso en alguna comarca pirenaica sea casi imposible ver un campesino trabajando en el campo. Aunque aún quedan escombros y urbanizaciones paradas a medio construir, detenidas por la congelación repentina del proceso, su llegada al ápice constructor y reconfigurador ha coincidido con los momentos en los que la dilatación desmesurada del globo inmobiliario ha reventado su propio tejido.

Este ha sido su modelo de acción territorial, ha dado sus frutos de dinero fácil y ha dejado sus huellas por todos los paisajes. También ha tenido, en lo referido a esas huellas, algunos paliativos locales y secundarios que no son renunciables, unas veces aparentes y otras constatables, pero en la balanza de los hechos pesan bastante menos las virtudes que los agravios.

Y lo perdido, perdido está, aunque la vanidad de algunos no les permita reconocerlo. Otros, sin embargo, hemos sido testigos de lo descalabrado y podríamos presentar su lista completa. Para quienes hayan obtenido lucro, la práctica de ese modelo durante estos años habrá sido una oportunidad incontinente y, en cambio, sus efectos para la naturaleza, el territorio y los paisajes carentes de protección definida se pueden resumir como un visible quebranto. En cualquier caso, ese patrón en ejercicio al menos ya durante un decenio ha sido prioritariamente un patrón agresivo de actuación en la economía territorial, y evidentemente no un modelo de decidida acción cultural ni ambiental en ese mismo territorio. Tal vez han encontrado lo que buscaban, mover dinero, aunque hayan roto muchos cristales en su galope por el camino. Si buscásemos otra cosa basada en el valor cualitativo de la montaña es seguro que hubieran sido preferibles otros conceptos, distintos objetivos, diferentes métodos.

No es lo mismo un lugar que otro. Todos los lugares tienen su valor, función y sentido, pero son individuos geográficos diversos y no poseen las mismas calidades. A estas alturas de la vida en mi oficio de geógrafo he visto muchos paisajes naturales y unas cuantas montañas, y esa mirada profesional, a la que sumo siempre otra afectiva pero a la que ahora no recurro, me  dice con claridad que el Pirineo aragonés es uno de los mejores medios y paisajes de cordillera que haya recorrido y estudiado. Sabiendo esto es mucho más enojoso ver cómo la aplicación del modelo imperante durante el último decenio, posiblemente tan lucrativo pero igualmente tan ciego para los valores ambientales y culturales,  se ha llevado por delante tantas cosas que estimaba, porque objetivamente eran estimables. El Pirineo se merecía y requiere hoy otro trato. No se puede actuar en lugares así sin dar la talla, no se pueden aplicar los instrumentos burdos que se han utilizado ni conducir los procesos territoriales de cualquier modo para exclusivos fines rentabilistas, con orejeras para todo lo demás, jugando con el valor del suelo como si tal suelo fuera indiferente o similar al de un arrabal o al de un polígono urbano. No se puede actuar en lugar tan valioso en la cultura y la naturaleza del modo tosco en que se ha hecho, pues ni el paisaje es sólo territorio ni el territorio es sólo solar, ni este gran paisaje es, como se ha pretendido, meramente un gran solar.

Y es que un decenio es mucho tiempo. Incluso puede arrastrar otro peligro: tal vez las nuevas generaciones no conozcan ni puedan evocar los valores naturales, culturales y paisajísticos que los de cierta edad hemos visto disiparse en ese lapso de tiempo reconfigurador y, por lo tanto, no echen de menos lo que se ha ido y piensen que el Pirineo es o ha sido siempre como ahora lo ven y viven, porque las fotos sepias no son referencia completa. Oír además a los que podemos dar testimonio puede tomarse como una tabarra. Lo sé y no quiero caer en ello. Es preciso, pues, mirar hacia delante.

Sin embargo, todo indica que, pese a la terquedad de algunos políticos, gestores y promotores, este ciclo, que parecía una espiral sin límite, ha muerto. Pese a quienes quieren reactivarlo para proseguir su rendimiento, es un ciclo extinguido porque sus circunstancias externas se han hecho jirones. Es decir, que podemos o mejor debemos iniciar otro camino y no sólo distinto, sino opuesto, porque si fuera semejante podría ser hasta peor, ya que en ese trayecto que hemos experimentado no hay límite para lo nocivo. Pues, claro está, también es posible una ruta mejor, un modelo diferente, de mayor entidad y sustancia, que renazca de la negación de obstinarse en volver a los fracasos de esta política territorial, por supuesto en los órdenes natural y cultural, que han sido tan manifiestos que ellos mismos muestran que ese camino se acabó, pero también en los urbanísticos, ostensible por ejemplo en las colonias cerradas o en el balneario con despidos.

Las palabras básicas que me permiten cualificar este modelo nuevo en el que debemos entrar son las de respeto, equilibrio y compatibilidad. Pero primero es preciso conocer. Si se actúa desde la ignorancia y sólo desde la estrategia es imposible aspirar a una política noble. Es preciso saber lo que realmente es el Pirineo y es necesario actuar para que sus valores se guarden y aviven. Además, siempre habrá un conocedor libre en algún bosque o alguna cima que evaluará con derecho propio el nivel de quienes proyectan, deciden y ejecutan, viendo ajustes y desajustes con las calidades de los lugares, que quizá aquellos desconocen. Y pensará, tal vez en contra de lo que éstos dan por supuesto, que el suelo no es sólo solar, que los ríos no son meros canales, ni los busques exclusivamente madera, ni los prados nada más que futuras pistas de patinaje, ni los viejos pueblos espacio reedificable, ni que los dueños de los territorios son también, ni mucho menos, los amos de los paisajes. Porque los paisajes no tiene dueños. Y como afortunadamente queda mucho Pirineo sin Aramón, aún querrá preservar su tranquilidad y sus formas sosegadas, sus silencios y soledades, sus más escondidos lugares, limitando lo perturbado y garantizando lo que debería ser imperturbable.

Por tanto: propongamos un ciclo nuevo de respeto. Una voluntad de política de montaña desde la perspectiva de la naturaleza y la cultura, compatible con la prosperidad que nace de la unión de inteligencia y trabajo, nutrida de lo arraigado, en una montaña tratada como montaña, con todos sus valores y sus más equilibradas posibilidades. Propongamos una fase nueva de compatibilidades entre desarrollo, sociedad, naturaleza, cultura y paisaje, que rectifique los errores del trivial tratamiento periurbano que hemos soportado. Si diversos lugares del campo español están pasando de producir alimentos y materias primas a espacios de ocio urbano, aparte de no tratarse de una ley incontestable, tampoco es el único modo de conducirlo llenar los valles de cemento y de asfalto.

*El autor. Valladolid, 1937. Eduardo Martínez de Pisón es géografo, catedrático, investigador de las montañas, en especial el Pirineo. Premio Nacional de Medio Ambiente.

 

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