Reflexiones para el debate, por juan doria

Pirineo aragonés occidental: esquí y protección de la montaña

Bajo las altivas siluetas de los picos «dosmiles» del Pirineo aragonés occidental, las suaves laderas que se extienden hacia los valles, acogen un importante número de centros invernales para la práctica del esquí alpino. Candanchú y Astún en el valle del Aragón, y Formigal y Panticosa en el valle de Tena, consiguen concentrar cuatro grandes estaciones de esquí que, aunque pertenecen en la actualidad a empresas distintas, geográficamente forman un potente conjunto, líder del sector en España.

Es obligado reconocer la valiosa aportación de las estaciones de esquí al desarrollo turístico de algunos valles pirenaicos. La creación de puestos de trabajo directos e indirectos, la mejora de las comunicaciones, el desarrollo de los municipios afectados, asi como la potenciación de los servicios y el turismo en general, ha hecho que las estaciones de esquí puedan considerarse como verdaderos motores del desarrollo de estas zonas. Por otra parte, el esquí alpino es un deporte que permite gozar con intensidad de la belleza de los paisajes de montaña nevados. La práctica del esquí se ha extendido entre un numeroso público, que accede cada invierno a la grandiosidad de la montaña.

Sin embargo, el impacto medioambiental de una estación de esquí en un paraje de montaña tan frágil como es el Pirineo, no puede ser despreciado. La retirada de la nieve muestra las verdaderas heridas de la montaña. No sólo son las pilonas, postes, telesillas o telearrastres, los tendidos eléctricos, los cañones de nieve artificial, o los despercidios y objetos de todas las clases abandonados por los miles de esquiadores y que, en verano, florecen como si fuera una nueva especie vegetal. Los enormes movimientos de tierra, los grandes aparcamientos, la creación de pistas circulables para maquinaria, las instalaciones auxiliares en plena montaña como cafeterías o restaurantes y, sobre todo, la creación de las «pistas» para la práctica del esquí mediante la igualación de pendientes, transforman por completo el paisaje original.

Ya no vale con esquiar adaptádose a las pequeñas irregularidades de una suave y herbosa ladera nevada. Ahora resulta que hay que adaptar la ladera a las exigencias del esquiador, obligando a que la inclinación de la pendiente sea matemáticamente constante. Las máquinas mueven y roturan la tierra, igualando pendientes, como si el terreno de alta montaña fuese un campo que hubiese que labrar y preparar para el cultivo. De esta forma, cuando caiga la nieve, la superficie esquiable quedará técnicamente perfecta, pero naturalmente destrozada. Laderas profundamente transformadas, collados irreconocibles modificados para la instalación del final del telesilla, o escarpes rocosos dinamitados para conseguir los perfiles adecuados, hacen que la montaña se convierta en un paisaje fuertemente degradado, transformado irreversiblemente por la mano del hombre. Y estamos hablando de unos parajes de alta montaña, frágiles, de una belleza suprema.

Una estación de esquí no debería constituir una agresión tan frontal a la naturaleza. No debería ser obligatorio cambiar tan radicalmente la fisonomía de la montaña, para promocionar el turismo y el desarrollo en los valles de montaña. En todo caso, el diseño de una estación de esquí debería integrarse, en la medida de lo posible, en las exigencias de la naturaleza. El hombre está empeñado en adaptar la naturaleza a sus propias exigencias, despreciándola, maltratándola. Cuidémosla, de otro modo, a la larga quizás nos arrepintamos.

La ampliación proyectada en Formigal invade un valle de altitud modesta, pero de gran belleza: el valle de Espelunciecha. La conquista del collado de la Canal Roya por los remontes mecánicos, abre un horizonte todavía más inquietante: el pico de la Raca y la estación de Astún quedarán ya a la vista, y la pretendida conexión entre estaciones cada vez más cerca. Restará abordar el valle de la Canal Roya, y el destrozo del magnífico enclave natural que representa, sería, en ese caso, de una magnitud incalculable.

Curiosamente, al otro lado de la frontera, nuestros vecinos franceses han acogido con la figura de Parque Nacional una larga franja de montaña pirenaica. Paradógicamente, las pistas de esquí proyectadas lindarán con territorio protegido con la mayor figura legal: la de Parque Nacional.

El esquí es una opción de desarrollo para los valles pirenaicos. Cierto. Pero también es cierto que el desarrollo se concentra en los municipios afectados y áreas próximas. El valle de Tena ha experimentado un auge extraordinario. Pero muy cerca, en la comarca del Serrablo, se siguen encontrando núcleos abandonados y otros muchos a punto de hacerlo, con una población envejecida. Sin embargo, el camino elegido parece ser la concentración de la inversión en los mismos lugares.

El precio del suelo en Sallent de Gállego, y en prácticamente todo el valle de Tena, se ha disparado en los últimos años. Las grúas dominan el paisaje de los pequeños núcleos de población. Nuevas urbanizaciones crecen sin cesar, y la demanda de la segunda vivienda parece tener un crecimiento imparable. Los precios suben sin ley y, de esta forma, el rentable negocio inmobiliario y la especulación urbanística, han pasado a ser potentes dominadores de la economía de montaña. Y la carrera no aparenta tener la meta cerca. La consigna que se lanza es la de ampliar pistas, ampliar dominio esquiable, para ser los más grandes, los más competitivos, el mayor holding de la nieve. La extensa superficie esquiable ganada en el Pirineo aragonés occidental, no parece ser suficiente. Así, la ampliación de las pistas de esquí y el aumento de la construcción residencial, guardan una interrelación llamativamente evidente. Con el ladrillazo hemos topado. A la alta montaña, que guarda silencio, le espera su contribución a este negocio.

Llenar la montaña de paisajes degradados, únicamente rentables para la práctica del esquí alpino, supone liquidar el valioso patrimonio natural, y hacerlo además para un modelo que, hoy puede ser rentable, pero mañana, está en entredicho. Por desgracia, el cambio climático que padecemos (contrastado científicamente con el aumento progresivo de la temperatura media, la regresión de los glaciares…), no parece augurar un futuro, a medio plazo, excesivamente halagüeño. Estudios científicos prevén que la subida de temperaturas en este siglo, provoque el que las precipitaciones en forma de nieve sean cada vez más escasas, irregulares e impredecibles. Con este panorama, un reciente estudio del profesor R. Bürki, de la Universidad de Zurich, advierte de las consecuencias que ello podría tener en las estaciones de esquí de los Alpes, con un posible cierre en torno al 40 – 50% de los centros invernales actuales, y en un horizonte temporal comprendido entre los años 2030 – 2050.

El esquí alpino en el Pirineo aragonés occidental ha fortalecido decisivamente las economías de los altos valles del Aragón y del Gállego. Indudablemente, es posible y deseable un mayor crecimiento, mejorando y optimizando las instalaciones existentes. Pero ampliar los dominios esquiables, invadiendo nuevos valles vírgenes y destruyendo parajes excepcionales, no parece ser el camino adecuado. El esquí alpino no es la única opción para el desarrollo de la montaña. Con el dinero que se va a invertir en la ampliación de Formigal, se podrían financiar multitud de proyectos de desarrollo rural, y además, en los núcleos de montaña verdaderamente necesitados.

Es necesario estudiar exhaustivamente, y con todo detenimiento, la intervención del hombre en la naturaleza. La irreversibilidad de la afección, hace que la responsabilidad que se tiene entre las manos, sea extraordinariamente alta.

Juan Doria
DNI 18.206.398
Profesor de la Universidad de Zaragoza y montañero

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