Perdon para espelunciecha

Confieso que escribo estas páginas con gran melancolía. Hoy he ido a decir adiós a un paisaje silencioso. No porque no pueda o no quiera volver a él, sino al contrario: porque lo van a transformar de tal modo que perderá inevitablemente esa calidad clara pero tan difícil de definir de lo que no está aún apenas alterado, cada vez más escasa en nuestro territorio.

Una vez más, día a día, metro a metro, otro lugar de montaña será desnaturalizado por la extensión victoriosa del modelo industrial de las estaciones invernales. Y su sustancia magnífica quedará banalizada o será inevitablemente borrada en ese sitio. Cada lugar tiene su personalidad y su entidad irrepetible. Y con esa sustancia eliminada nosotros habremos perdido otro y otro punto más del mapa dotado de valores, habremos sido expulsados una vez más de otra amada esquina natural del mundo.

Y aquello se convertirá en un producto en serie, porque así lo requiere su aprovechamiento empresarial. En el terreno –ya no paisaje- dominarán sus instalaciones, equipamientos, remontes, carretera, construcciones, que facilitan el acceso y un uso vacío de contenidos a rentables multitudes.

Porque esa transformación del paisaje constituye un cambio completo de modelo, una sustitución irreconciliable con lo que ahora todavía es ese lugar. Y ello impedirá que otras personas, que nuevas generaciones puedan seguir experimentado allí el profundo sentido de esos lugares tocados por la gracia frágil de la excelencia natural.

Esta excelencia se obtiene como un logro de una exigente red de armonías espontáneas, dominantes o incluso exclusivas en el paisaje, y por su percepción directa y respetuosa. Cualquier perturbación de ambas acaba con ella inmediatamente: la incompatibilidad es completa. Pero si Aramón[1] no lo remedia –y no parece que vaya a ser así-, Espelunciecha tiene los días contados. Alguien podrá pensar que éste es un caso menor por su tamaño, pero no por ello es menos sensible, como vamos a ver.

* * * *

El lugar y el problema.

La ladera orientada al noreste del alto valle del río Gállego no es en conjunto una montaña espectacular, aunque contiene elementos valiosos y estéticamente bellos. En las faldas herbosas, desarboladas en parte por viejas prácticas ganaderas, del Pico de Tres Hombres y en la cabecera del barranco de Campo de Troya se instalaron los equipos y remontes y se acomodaron las pistas de la conocida estación de esquí del Formigal, que aprovecharon las ventajas de una altitud ya elevada, unas pendientes favorables, una posición norteña, una orientación conveniente y una situación socioeconómica de cambio de usos del terreno de pastoril a turístico.

Realmente, cuando aún era ese lugar casi exclusivamente ganadero y minero, el término “Formigal” se situaba en los mapas antiguos sólo en el contrafuerte que separa los barrancos de Espelunciecha y de las Gralleras, cerca de la línea fronteriza, y no en la reciente posición de la estación de esquí inicial ni en su urbanización de la margen izquierda del Gállego. Ese término hace referencia a una práctica de aprovechamiento agropastoril de una ladera previamente cubierta de árboles o arbustos, frecuente en el Pirineo y en otras montañas peninsulares. No deja de ser curioso que esta práctica de desnaturalización haya sido el nombre elegido, fuera de su propio lugar incluso, para la estación invernal.

La economía y el concepto empresarial de la nieve se han ido haciendo protagonistas, como todos sabemos, de este valle y han introducido en él cambios socioeconómicos objetivos, muy visibles incluso hasta en la transformación del valioso hábitat rural tradicional, especialmente hoy, momento en el que no hay pueblo sin las gigantescas siluetas de unas grúas meciéndose sobre sus tejados.

Pero en esa ladera del Gállego alto, por lo general de escasa personalidad, hay sin embargo dos valles significativos. Uno es el barranco de Culivillas, que tuerce, se angosta y empina hacia el rellano de las Mallatas y los ibones de Anayet. Su parte inferior ha sido ya incorporada a los usos de la estación de esquí, con sus inevitables remontes, postes, cables, carretera, aparcamiento, construcciones, tráfico y masas. Damos por sentado, y no sé si hacemos bien, que el Anayet y sus ibones están protegidos y, en consecuencia, son intocables. Si no fuera así, algo muy serio, muy grave sería cuestionable en la política de protección de la naturaleza en esta montaña.

El otro valle, situado inmediatamente al norte, tiene el singular nombre de Espelunciecha, de raíz clásica, pues significa en castellano “El Covacho” (como Espeleología es la ciencia de las cuevas). Efectivamente, un abrigo natural en una peña, destacada en un marcado rellano alto, ha sido y es aprovechado alternantemente por los pastores y las marmotas y es bastante probable que de ahí derive el nombre. Aún hay ganados por aquellos prados, por lo que el valle tiene un claro rostro en el que hay huellas no sólo físicas sino de cultura rural tradicional.

En realidad es un vallejo, más tranquilo que retirado, de apenas dos kilómetros de longitud y con menos de 250 metros de desnivel entre su confluencia con el Gállego y el rincón de su cabecera. Por él discurre la veterana senda de paso del Gállego al Aragón por la vecina Canal Roya, a través de un noble puerto que alcanza los 2.145 metros de altitud.

Y también es el terreno previsto por Aramón S. A. para la expansión de la estación de esquí de Formigal hasta el Portalet, por lo que existe el proyecto de su reconversión con el consiguiente incremento de negocio y con una aproximación a la estación de Astún y su presumible enlace por la alta Canal Roya, cada vez más amenazada. Los riesgos son, pues, crecientes. Todos saben que actúan como si el Pirineo fuera suyo. Están seguros de que la montaña es ante todo un recurso para su actividad empresarial que hay que poner en el máximo posible de productividad. (Lo demás, incluidos nosotros, incomodidades a sortear).

Es decir, hasta hoy en sólo media hora andando se alcanza desde la carretera a Francia el rincón del apacible valle y se ingresa con verdadera facilidad en un ámbito casi perfecto de montaña, en un modelo reducido del Pirineo físico y pastoril. Con el regalo de un pequeño ibón de cabecera, allí retenido por el arco elegante de una vieja morrena, todavía intacta. Allí, además del ibón encontrarás soledad y silencio.

En realidad éste ha sido cortado por el silbido de una marmota vigilante cuya silueta se yergue o se bambolea sobre una peña. En el fondo del valle he recordado una tranquila manada de sarrios entre los neveros de primavera. Por el cielo pasa una bandada de chovas a su aire, algo más lejos da giros majestuosos una pareja de buitres y muy alto, como le corresponde, vigila el mundo un quebrantahuesos. Entre las piedras y los prados saltan colirrojos y collalbas. Éste es su pequeño reino. Los prados en la última primavera tenían narcisos y sobre las rocas grises resaltaban los fuertes colores de las prímulas. He visto gencianas más tarde; he gozado hoy con los crocus y los quitameriendas preotoñales, he comido arándanos mientras subía. Ando entre praderas, aguazales, rododendros, algún enebro y he reconocido, sobre las paredes del circo, el perfil de un pino negro al que he llegado a considerar un viejo amigo. He atravesado gleras, torrentes, morrenas y rellanos. Hasta el pequeño islote en el lago otorga al paisaje una referencia de lo intocado. Todo es reducido, cercano y completo y el ambiente de naturalidad resultante alcanza un punto excelente. Todo está reunido en un compendio de los símbolos naturales y antiguos, cada vez más perdidos, del Pirineo. Todo rezuma el don cada día más preciado del mantenimiento de la naturalidad del paisaje.

Pero abajo, a lo lejos, se mueven dos figuras que toman medidas con aparatos y plantan estacas para jalonar el paso de carretera y remontes. La amenaza me duele como una herida. De pronto los hechos me recuerdan que estoy diciendo adiós a Espelunciecha.

Sé que los lugares permanecen, pero que sus paisajes cambian. Es de su paisaje del que me estoy despidiendo, es decir, de la sustancia de este lugar. Proyectos más amantes de los valores de la montaña y menos del rentabilismo guardarían como un bien complementario de calidad tal paisaje. ¿Es tanta la insensibilidad del dinero? Si el resto de esta gran ladera puede dar satisfacción cumplida a los que propugnan su aprovechamiento empresarial ¿no existiría una posibilidad de perdonar este rincón?

¿Habrá quien entienda que el modelo de esta industria, inevitablemente agresivo siempre, debería ser compensado de modo automático, aunque fuera parcialmente, con la salvaguarda simultánea de espacios como éste, donde permanezcan íntegros los auténticos escenarios de la montaña, espacios que cada día se buscarán más porque serán más escasos y, por tanto, más valiosos?

¿Por qué agotar el paisaje hasta su límite y no dejar una muestra simbólica al menos? ¿Por qué es tan imposible a estos sectores económicos un acto de esplendidez?

Al retirarme de la Rinconada de Espelunciecha ví subir por la senda unos niños que se maravillaron con admirable ingenuidad ante el pequeño ibón. Es por la continuidad de tal vivencia en esa generación y en las siguientes, es por la posibilidad de continuidad aquí de esa ingenua capacidad de maravilla ante la naturaleza del Pirineo, por lo que me he animado a escribir estas líneas de melancolía que hubiera preferido silenciar.

La propuesta.

La experiencia me ha enseñado que no son suficientes unas correcciones, unos retoques de impacto ambiental ni unas componendas menores en lo que es manifiestamente incompatible, en lo que todos hemos aprendido que no admite convivencias. A estas alturas sabemos de verdad que o domina lo natural o domina lo artificial.

El nuevo modelo que se va a implantar inmediatamente aquí no puede respetar en sí mismo la sustancia del delicado paisaje de dominantes naturales que aún subsiste, sino que lo sustituye.

Es peciso, pues, pedir a quien corresponda, la administración o la empresa, que en el avance imparable de Formigal se tenga la generosidad de perdonar, de indultar a Espelunciecha como espacio complementario para otro tipo de sentido de la montaña y de visita y experiencia sin artificios.

No se podrá decir que lo dejamos de advertir o que lo consentimos: nos oponemos a la pérdida de sentido de este paisaje. Pero además queremos sobre todo proponer otra opción, un modo alternativo de tratamiento territorial para Espelunciecha, mientras aún es posible un cambio de criterio local.

La propuesta es la siguiente:

Dado que inmediatamente a su suroeste se encuentra el valioso enclave del Anayet, declarado Lugar de Interés Comunitario (LIC), y que, colindando al este del valle, se extiende por el Gállego el límite occidental de la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala, sería posible hacer un pasillo de enlace entre ambos (Anayet y río, LIC y Reserva) justamente por los poco más de dos kilómetros de longitud del valle de Espelunciecha, con anchura entre las Gralleras y el Batallero, uniendo así ambas figuras mediante otra de conexión, que podría ser la de “Paisaje Protegido”, tal como está establecida en la Ley 4/89, art. 17 y 18.1. La ley lo permitiría y la montaña lo premiaría. Es cuestión, pues, de opciones. Un Paisaje Protegido en la misma puerta de nuestro territorio sería claramente una opción de prestigio, de modo que, en vez de ofrecer un espacio industrial de ocio y consumo en la linde del Parque Nacional francés, habría aquí una excelente oferta de cultura y la muestra viva de una acción ejemplar.

Pero de nada vale una publicación aislada. Si no cooperáis nadie hará caso de una perdida expresión sentimental como ésta. Esta propuesta requiere vuestro apoyo ahora mismo. Pido, así, a quienes puedan estar de acuerdo con lo que contienen estas páginas que repitan su solicitud, por ejemplo de este modo u otro mejor:

“Solicitamos perdón para el valle de Espelunciecha en el proceso actual de extensión de la estación de Formigal, concretándolo en la concesión a dicho valle de la calificación de Paisaje Protegido o de otra figura que enlace en un solo espacio los territorios preservados del Anayet y de la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala, y procediendo a la suspensión inmediata y precautoria de cualquier obra de acondicionamiento en el mencionado valle”.

Gracias a todos en nombre de las montañas.

EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN.

Señas para el envío de la solicitud:

Director General del Medio Natural.
E.Mail: ma@aragob.es
Departamento de Medio Ambiente. Diputación General de Aragón. Edificio Pignatelli. c/ María Agustín-35.
50071 – ZARAGOZA.

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