El miedo a otro incendio puede afectar a la precaria economía de la zona. Los escasos vecinos se sienten ahora más solos y desprotegidos
El valle de Castanesa, a espaldas de las pistas de esquí de Cerler, nunca ha sido un lugar muy poblado. En tiempos recientes, antes de la gran emigración a las ciudades, este enclave del Pirineo oscense contó con medio millar de habitantes que vivían de la ganadería. Pero ahora ni siquiera queda un centenar de personas, repartidas en una veintena de aldeas y casas de campo. Castanesa y Denuy, los núcleos más importantes, cuentan con 15 vecinos cada uno. El caserío de Fonchanina, situado en el punto más elevado de esta subcomarca de la Ribagorza, a 1.500 metros de altitud, solo tiene dos casas abiertas todo el año, con tres habitantes en total. Y en Xiscarri, una especie de borda construida en una vertiginosa ladera, solo vive una persona.
Ahora, el temor que existe en los políticos de la zona es que el incendio que ha destruido estos días 1.600 hectáreas de arbolado, monte bajo y pastos, pueda desencadenar la marcha de los pocos ganaderos y jubilados que viven en el valle, a ambos lados del río Baliera.
«El incendio ha hecho que los vecinos se den cuenta de que en invierno son cuatro gatos y de que están solos», explica José María Agullana, alcalde de Montanuy, cabecera del municipio que, junto con Laspaúles, se reparte las dos vertientes del valle. «El incendio se ha extinguido al final, pero estamos tristes y preocupados», subraya.
En adelante, los montañeses del valle más oriental del Pirineo aragonés no podrán quitarse de la cabeza que el fuego puede volver. Nunca habían vivido una catástrofe así, aunque los más ancianos oyeron contar en su niñez que en el siglo XVIII abundaban tanto los osos en lo profundo de los bosques que los vecinos decidieron prender fuego a los árboles para espantarlos.
«En medio de todo hubo suerte, el incendio ocurrió de día y dio tiempo a evacuar los pueblos», reflexiona Agullana. «No sé qué habría pasado si esto mismo hubiera pasado de noche, sin que diera apenas tiempo para reaccionar…»
Pero no es fácil que el valle de Castanesa se deje deslizar por el pesimismo. La ganadería, base de su economía, presenta cierta vitalidad. Aquí y allá, cerca de las aldeas, se han construido estos últimos años modernas granjas de vacas y ovejas y los caballos de raza hispanobretona pacen de nuevo en los prados resecos que salpican el paisaje.
«Hay que salvar la ganadería, no podemos desperdiciar el esfuerzo que se ha hecho para sujetar la población al territorio», apunta el alcalde Montanuy.
El turismo también ayuda a mantener la economía local desde hace aproximadamente 12 años, cuando se asfaltaron las pistas de montaña que comunican la carretera N-260 con las aldeas de Montanuy y Laspaúles.
Han surgido viviendas de turismo rural y se ha construido algún pequeño hotel o restaurante. Esto ha permitido ampliar el número de visitantes. A los visitantes tradicionales (emigrantes e hijos de emigrantes) se han unido más recientemente gente de ciudades como Barcelona y Zaragoza que buscan en Castanesa una pureza que ya escasea en otras partes del Pirineo.
La Administración tenía un plan contundente para este recóndito rincón. Durante un tiempo barajó la posibilidad de construir una estación de esquí. Pero la oposición de los ecologistas y la crisis económica han hecho retroceder la idea. «El proyecto se hizo teniendo en cuenta el medio ambiente», afirma Agullana. Claro que el esquí, en una año de sequía, no parece una buena apuesta. De hecho, salvo aislados retazos de nieve helada, el paisaje de Castanesa solo luce el color amarillo de los prados invernales y el gris ceniciento de las laderas quemadas.