CINCUENTA años después de la inauguración de la estación de Formigal apenas se puede mirar atrás porque la velocidad de lanzamiento del mayor dominio esquiable obliga a deslizarse hacia adelante, a disfrutar. Merece la pena, no obstante, detenerse por un instante para mirar la huella dejada en la nieve. Son 50 años de sueños e ilusiones cumplidas que se traducen hoy en 137 kilómetros de pistas y miles de esquiadores que llegan atraídos por la calidad de la nieve pero también por la oferta complementaria de actividades, el après-ski, ámbito en el que se ha convertido en un referente.
En un inicio de la década de los 60 en el que continuar con la tradición ganadera o la emigración rural eran las únicas alternativas en el valle (y malas soluciones), un grupo de zaragozanos y vecinos de Sallent apostaron por crear una estación de esquí. El ‘forfait’ del viaje al futuro costó 5.000 pesetas a los habitantes de Sallent de Gállego que hace 50 años hicieron su aportación para costear las obras de un centro invernal que les cambiaría la vida, a ellos y a todo el valle de Tena. No solo se consiguió frenar ese éxodo rural sino que medio siglo después se puede hablar de un fenómeno de ‘peregrinación’ a la meca del deporte blanco, que se repite cada fin de semana. La estación de Formigal fue en ese momento la impulsora del desarrollo de un valle completo que creció de forma exponencial. Hoy, integrada en el grupo Aramón, es uno de los mayores motores económicos de toda la comunidad. Imparable. Por ello, no se puede mirar atrás. El objetivo, para el que se han dado los primeros pasos, es alcanzar la unión con las estaciones del valle del Aragón, que atraería a unos 10.000 usuarios al día. Estos 50 años demuestran que la ilusión no tiene límites y Formigal, tampoco.